64 love songs
Yo tenía los ojos tristes. Desde siempre. Como caídos por los lados. Como si algún recuerdo pesara en los párpados. Bien, con ella no. Me mudé a su calle, en el barrio de la alegría, a una casa de dos plantas: un amabiscus y un diflor, que florecen cuando llega la ristaña, cuando canta el micoló. Por las tardes compartíamos dos vasos de té negro, de té azul. Hacíamos triángulos de humo con el aliento del invierno, cuando el invierno llegó, y leíamos el poema que nos juntó en el autobús: “Somos la pareja del mañana. /No somos la pareja del mañana, dices tú /Seremos entonces la pareja del ayer. /No sé, dices tú. /Entonces una pareja del montón”. Felices de ser del montón, cursis, obscenos, nos hablábamos en francés, menos responsables de las palabras en otro idioma. Cobrábamos 300 dólares por semana, por escribir reseñas. Lo gastábamos rápido, me besabas en el cine, en el café, Buenos Aires no es como me habían contado. Tiene más avenidas, más callejuelas, más parques, más jardines por los que verte pasar. El día que te subiste al autobús no quedaban más huecos libres, te sentaste a mi lado, abriste el libro, Autorretrato de memoria, de Millán, te dije que te había visto por la facultad, y que podíamos saltarnos la clase de escritura creativa, que nunca entendía nada, y te reíste. Todavía te ríes, que es la medida del tiempo atmosférico en nuestra casa, un chiste y el licor los domingos. La ropa interior cuelga de la cuerda, la mueve el viento, quieres que nos quedemos quietos, dices, en este cuarto, en este invierno. No pienso irme a ninguna parte, digo, ya me sé la clave del Internet, y los dos minutos que demora el agua caliente en salir, puedo, incluso, dejar este juego, no escribir más páginas, acabar aquí.