No sé si podría contar esto en otro momento. Ahora hay luz y es sábado y no tengo miedo. Pero entonces, aquel día, estuve a punto de cruzar a la otra orilla. Me agarré el pecho, como sujetando el corazón, apretando las costillas contra mí. Sentí algo como un alma, y quería salirse.
He dejado un capítulo del libro sin leer. Del libro que me diste. Lo voy a leer en abril, cuando florezca la gladiola, cuando te haya sacado de mis desayunos. La tostadora salta con tus despertares. Te oigo en la ducha, y cuando miro te veo en otro continente. Desnuda en otro continente. Me gustaría haberte dicho lo que no te dije. No supe despedirme. Ahora no me alejo de la costa. Amor de cabotaje, diríamos. Sin riesgos ni travesías. Voy a querer como quieren los que lo pretenden. Es frágil esto, esto que pasa. Las dudas, las pasiones, el somier. Todo está a dos tablas de doblarse, de perder camino. Podría esconderlo, entrenar los músculos de la cara y sonreír más.
Pero estoy en un puente, y me caigo, siempre me caigo. Tengo trescientas horas de conversación que no van a ninguna parte. Entradas para el cine. Dos cafeterías silenciosas. Una calle por la que no pasa el camión de la basura. Una estantería con libros. Un balcón para amanecer. Una cama grande, y una almohada. Trae tu almohada. Y no te lleves nada. Es todo lo que tengo. Estos versos aturdidos y tu mirada. Es triste, para existir necesitamos otros ojos. Estos montones de letras te hablan. Puede que no entiendas. La costumbre de decirlo y no decirlo, de cambiar las palabras, agujerearlas, esconderlas. Lo tacho todo. Lo vuelvo a escribir. Me queda una opción: hacer lo que uno hace cuando no hace nada.