Me acostumbré a ese número. A desordenar las mismas 500 palabras para hacerlas pasar por textos diferentes. Lamento la desilusión, la mía, la de no saber más que esto, que hacer esto: remover las 500 palabras para intentar algo. Pero vuelven a lo conocido, al aterciopelado desasosiego, el mismo que la última vez ¿te acuerdas? Terciopelo cómodo, punzante. “Mal, pero acostumbrao”, me dice una amiga que decía Fontanarrosa cuando le preguntaban esa estupidez de “cómo estás”. Es viernes y ahí fuera suceden las fiestas, suceden las cenas, se juntan a beber y a comer y a hablar, sobre todo hablan, y me gustaría saber de qué, y por qué, de dónde sacan las palabras, y la saliva para alicatarlas, y el convencimiento de que alguien quiere escucharlos. Es viernes, ahí fuera, y yo soy un lunes, un domingo. No soy un viernes. Soy, como mucho, un miércoles, y 500 palabras de guantes negros de terciopelo. Me acostumbré a ese numero como me acostumbré al asunto de sus caderas. El asunto, por no llamarlo el golpe incólume de ella contra mí. En algo más de 500 palabras puedo intentarlo, dejarme atrás, contarlo todo, vendérselo a una revista, vender pedacitos de la orgía que tengo conmigo.
© 2025 Juanjo Herranz
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