15/11/2022
En quince días empieza el viaje, o en doce, o en tres, quizá ya esté en el avión, según cuando leas esto. De Cancún a Tijuana, unos seis mil kilómetros. México por tierra, 180 días, de punta a cabo, un billete hasta la última estación.
“A este país le faltan tres cosas: seguridad, justicia social y delanteros”, dice Juan Villoro, uno de los mejores escritores/cronistas de México. Saber qué va a pasar en estos seis meses es imposible. Mirar lo que pasó en los últimos seis meses en Colombia puede desbrozar posibilidades:
En Colombia viajé, varias veces, en coche blindado: la jefa, querida por muchos, no levantaba simpatías en algunos. Estuve a un metro de un guerrillero postrado en el suelo, desmayado; la medica ancestral le restregaba ortigas por todo el cuerpo para intentar curarle/despertarle. Vi dos cóndores comer frente a mí, a 3.000 metros. Bailé reggaeton como debe bailarse reggaeton. Bailé salsa como no debe bailarse salsa. El perreo es más sencillo, menos técnico. Bebí aguardiente, viche (licor de caña del Pacifico) y chirro (bebida ancestral indígena). Celebré dos victorias electorales -primera y segunda vuelta- de Petro y Francia en sendas juergas callejeras: Petro-rumbas se llamaron. Volví a descubrir Cali, la ciudad más callejera de Colombia, bajo un sol de justicia y una luna muy injusta. Conocí al último superviviente de la generación Caliwood: La "rata" Carvajal, y me inventé un recorrido que ya no existe. Viajé en una caravana/protesta con afros, indígenas y campesinos hasta Bogotá, durmiendo aquí y allá. Escuché disparos y explosiones. Mi calle amaneció con pintadas del ELN. Hice algunos amigos, hice una gran amiga. Di y recibí algunos besos falaces. Di y recibí algunos besos honestos. Cada dos semanas me afeité, en la barbería de Bryan, con navaja. Tomé medio litro de jugo de naranja recién exprimido más de cien veces. Alquilé decenas de lavadoras. Me subí a un avión que hacía tres horas ni contemplaba. Tardé ocho horas en recorrer 120 kilómetros. Pesqué diez peces en 20 minutos. Gané un premio. Volví a echar dedo, a dormitar en bancos. Di un taller de periodismo en la selva pacífica. Escribí un diario tropical. Leí Ñamérica, Bonsái, Un viejo que leía novelas de amor, Teoría King Kong, Memorias y libelos del 15-M, Jantipa o del Morir, En las montañas de la locura, De río en río, Que viva la música y algunos más. Dejé de fumar. Volví a fumar. Dejé de beber. Volví a beber. Dije aquello de: "no voy a beber más... pero tampoco menos". Aprendí algunas canciones nuevas con la guitarra. Hice ejercicio. Compré una guitarra de segunda mano. Regalé la guitarra. Lloré un mar Caribe la noche que me iba de Madrid. Solo lloré un río volviendo. Comí un millar de arepas. Dije "Hola, vesi" un millón de veces. Aprendí un par de cosas, olvidé otro par. Fui moderadamente feliz en Santander de Quilichao, Cauca. Cómo diría Amado Nervo: Colombia, “nada me debes”.
Con este precedente, salgo de nuevo. A México le pido tres cosas: seguridad, justicia social y que lleguen a la final de este mundial inmundo. Sé que encontraré mañanas azules, risas hasta- casi- ahogarme y conversaciones elocuentes que acaben con la garganta seca. Me guiaré por el único imperativo categórico del caminante: seguir.
Creo que ya descubrí el gran secreto del viaje, el secreto que susurran los caminos, y es, justamente, eso, un secreto.
17/11/2022
En la película El club de los poetas muertos, uno de los muchachos se atreve a ir al instituto vecino, donde estudia la rubia que le quita el sueño. La rubia tiene un novio moreno, tanto o más atractivo que ella, lo que deja al muchachito valiente con pocas posibilidades, a priori. Entra al aula, le da unas flores y, solemne, le recita un poema.
“¿Se lo has leído?”, le preguntan los amigos cuando vuelve al internado. “Sí”, dice. “¿Y qué te ha dicho?”, insisten los amigos. “Nada”, contesta él mientras muerde una rebanada de pan. “Qué quieres decir con nada?”, le preguntan azarados. “Nada”, repite el muchacho, “pero lo hice”, añade alzando los hombros, satisfecho.
***
Quizá vuelva, después de haber recorrido miles de kilómetros y no consiga lo que esperaba. Quizá nadie diga nada. Espero poder girarme, satisfecho, y decir, alzando los hombros: “pero lo hice”.
"Sigue la ruleta girando y los corazones palpitando", que dice el "speaker" de la Tombola Antojitos.
Qué alegría me das, joder!
Y sí. Quizás, también, ya lleves tres meses en México. Quizás hayas encontrado la justicia social y quizás, veamos a México en la final del mundial de 2026. No en 2022. Menos en 2023.
Lo que sin duda celebro es la atemporalidad de las experiencias vividas. Da igual leerlas antes o después, del derecho o del revés. Están, son y forman parte de un ser querido y admirado a partes iguales!
Salud!