Carolina es una voz.
Quiero decir que la conocí en un podcast. Y la escuche un par de veces más, y luego la leí, y luego escuché unos audios, y luego le pedí contestar estas preguntas. Y no sabía qué escribir para introducir su cuestionario hasta que en la pregunta 10 contó cómo “corría a esconder el llanto en sus brazos”, en los de su padre, cuando sonaba Mi viejo, de Piero. Y pensé que hablar de viejos, de nuestros viejos, es un buen comienzo para cualquier cuestionario:
Solo recuerdo a los hombres de la ambulancia y la camilla que salía del cuarto de mi padre. Mi padre era fuerte, un tipo capaz de tumbar un buey de un golpe, de subir veinte bolsas de la compra por las escaleras, de lanzarme hasta las estrellas. Ahora estaba flaco, a veces estaba amarillento. Aquel verano bebí tanto que mis ojos también se pusieron amarillentos. Estuve ahogado. El cuchillo clavado, entre las costillas y la última vez que me dio la mano. Tuvieron que girar la camilla para que entrara en el ascensor, la pusieron vertical, y mi padre estaba allí, amarrado. Ahora digo que podría ser Ulises atado a su mástil, intentando evitar lo inevitable. Pero entonces no había referencias para saber cómo burlar la muerte, que llegó dos días antes de que empezase el verano.
El 19 de junio de 2007 acababa de cumplir 16 años y mi padre se moría en la antesala de mi vida. Yo no quiero ser padre, no quiero dejar a nadie con dieciséis años y un laberinto. Algunos días creo que no me gusta la vida. Algunos días pienso en las conversaciones que tendría con él. Pienso que quizá yo no sería un pusilánime, un cobarde si él estuviera aquí, si hubiera estado al menos unos años más. No es tu culpa, le digo cuando lloro, por si me está viendo y se acongoja. Se lo digo a él, pero ya no sé quién es. Han pasado dieciocho años desde que murió. No llegamos a conocernos. No sé si mi padre me reconocería si nos cruzásemos por la calle. Él estaría igual que antes de enfermar. Yo he cambiado tanto, y todo sin él. Me rompe el llanto pensar que no le gustaría quién soy, cómo pienso, cómo vivo. Echo de menos un fantasma, apenas recuerdos. Aquellos años no lloré, como si supiera que iba a tener toda la vida para sacarle, lágrima a lágrima. Hay días que me refugio en él: cuando me entran dolores de amores o futuros irresueltos. Y ahí es fácil llorar, creer que tengo un motivo para elegir la pena. Luego me siento mal, por haberle utilizado.
Aquí la conocí:
Cómo escriben las que escriben: Carolina Chavate
1. ¿Cuándo escribes?
Tengo dos respuestas. Siempre y cuando puedo.
Siempre porque desde hace más de quince años tengo el hábito de escribir diarios. La escritura a mano es mi práctica espiritual. Los conservo todos. Viajo siempre con mi diario de turno. Recientemente me mudé de país y pagué equipaje extra por mis sietes años de diarios.
Y cuando puedo por cura de humildad. Borges decía que uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede. Y sí...
2. ¿Cuánto tiempo le dedicas?
Menos del que me gustaría admitir, pero por fortuna ya dejé de dedicarle solo el tiempo que me sobra.
Me encantaría decir que soy ese tipo de persona que se levanta de golpe de la cama y escribe una frase que le llegó en la duermevela, pero no. Suelo dejar pasar esos chispazos.
Por salud mental, intento tener rutinas. Así que el tiempo para escribir es algo con lo que necesito comprometerme como una disciplina y poner en el calendario. No siempre tengo la disciplina, claro está.
Hay temporadas en que me he despertado, antes del amanecer para escribir una hora. Otras, en las que reservo un día de la semana solo para escribir.
Recientemente me fui cinco días a la montaña, de auto-retiro, solo con el propósito de escribir. Me gustó esa modalidad.
3. ¿Cómo? ¿Te pones música? ¿En silencio? ¿Puedes escribir en un bar?
Creo que escribir es mi manera favorita de ejercer la soledad. No sé si, gracias a la soledad, me hice amiga de la escritura o fue al revés, pero al escribir, la presencia de un otro me resulta irritante, innecesaria. Casi insoportable.
Cierro la puerta, enciendo una vela, me acomodo en posturas extrañas en la silla, me muerdo las uñas y me toco muchísimo el pelo.
Creé una playlist que se llama Música para estar presente. La pongo en volumen bajo si estoy escribiendo algo elaborado, como un ensayo. Pero, si se trata de un poema, la música me estorba, porque necesito leer en voz alta lo que voy escribiendo, como haciendo mi propia voz en off en tiempo real.
Cuando lo pienso, es una escena un poco neurótica. Me resultaría imposible desplegar tanta intimidad en un bar o lugar público.
4. ¿Dónde compras libros? ¿Una librería favorita?
Visitar librerías es mi plan favorito al viajar. Realmente invierto mucho tiempo en ellas, y he de decir que mis favoritas son las librerías enormes: edificios completos en los que puedo perderme, pasar por distintas secciones y agarrar montañas de libros que después tengo que seleccionar, sentada en un sofá.
También soy esa típica persona que se hace amiga del librero y entra casi a diario a la librería que le queda de paso después del gimnasio. Esa es mi librería favorita y, según el barrio o la ciudad que voy habitando, hago lo posible por encontrarla.
5. ¿Tienes una tipografía/fuente predilecta?
Mi letra a mano con un bolígrafo Muji 0.5 en una libreta de papel suave color avena y la fuente Libre Baskerville.
6. ¿Qué disparadores de escritura tienes? ¿Qué te pone a escribir?
Duelar, no el dolor, sino el hacerme cargo de ese dolor: de un final, de la muerte o la pérdida de las cosas.
Leer —casi siempre leo para escribir—. Hace poco discutía con un amigo que me recomendaba leer la trilogía de Rachel Cusk en inglés. Pero le decía que, dado que escribo en español, y la traducción es en sí misma un arte en el que confío, prefiero que la inspiración me llegue directamente en mi lengua materna, sin que mi propio esfuerzo por traducir tenga que hacer puente con mis ganas de escribir.
Viajar: es un estado de apertura que, inmediatamente, me despierta la pulsión por contar.
Y hay algo con la lluvia que siempre me invita a refugiarme en la escritura.
7. ¿Cuándo, dónde o cómo se te suelen ocurrir ideas?
Leyendo en mi cama por la noche; en el cine; escuchando una charla o conferencia de alguien apasionado; contemplando a quienes amo hacer algo cotidiano; prestando atención plena a escenas ordinarias —el people watching como deporte callejero—; sometiéndome a la novedad de ir a una muestra artística, a un museo o a un lugar nuevo; releyendo mis diarios.
8. ¿Como quién te gustaría escribir?
Como el poeta colombiano Raúl Gómez Jattin.
9. ¿Qué talento -cual sea- te gustaría tener?
Sin duda alguna, el lenguaje de la música. Leerla, hacerla. Tocar varios instrumentos. No necesitar tanto de las palabras ni del pensamiento.
10. ¿Un poema o canción que te haga llorar?
Under Pressure en la escena final de After sun. Nunca he llorado tanto en un cine.
Tres veces he visto en vivo a Eddie Vedder cantar Black de Pearl Jam y tres veces ha sido imposible detener el trance de las lágrimas. No es la canción en sí, que es espectacular, si no su voz lo que me mueve unos cimientos interiores que no sé explicar.
Aunque la canción con la que más he llorado en la vida es Mi viejo de Piero. Ya no me hace llorar. De niña no soportaba escucharla, mi padre era muy mayor y cuando sonaba corría a esconder el llanto en sus brazos. Después de su muerte y con los años, atesoro esa imagen y escucharla me trae su recuerdo con dulzura.
11. ¿Qué haces cuando sientes que lo que escribes no tiene sentido o valor?
Por mucho tiempo he confundido “el valor” de lo que hago con la búsqueda de aprobación. Y en muchas ocasiones, eso me ha empujado hacia abajo para contener mi pulsión creativa. Más que preguntarme si lo que escribo tiene valor, ahora prefiero preguntarme por el estado de mi propio deseo como fuente de poder: ¿deseo cincelar hasta poder nombrar y expresar lo que sea que siento quiero escribir? Y entonces, ahí, en esta insistencia encuentro otro tipo de “valor”: voluntad, coraje.
Pienso en un verso de Fabián Casas “Que tu deseo sea lo que desea el poema”.
Otra cosa es si lo que estoy escribiendo es una tarea encargada o un compromiso. En ese caso, hago lo que siempre funciona cuando nada funciona: pauso, reinicio. Hasta mañana.
12. ¿Cómo imaginas tu trabajo ideal?
Haciendo lo que hago, pero sin tener que salir a vender (me).
13. ¿Qué te separa de ello?
Supongo que ser heredera para que el dinero deje de preocuparme.
14. ¿Por cuánto dinero -mínimo- lo harías?
Mi mínimo es mi tarifa. Me costó años de terapia, de rechazos y dudas poder forjar el carácter de decir “mi precio lo pongo yo”.
15. ¿Un/a periodista que leas con frecuencia? ¿Un/a escritor/a? ¿Una newsletter?
Varios la verdad. Roy Galán, Alain de Botton, Maria Popova, Krista Tippett, Vanessa Rosales, Leila Guerriero, Leticia Sala, Arthur C. Brooks, Manuel Jabois, Laura Ferrero, Elizabeth Gilbert.
16. ¿A qué medios/creadores estás suscrito? ¿Cuáles pagas?
No pago ninguno en este momento aunque he sido mecenas de algunos creadores de Patreon. Ahora mismo con pagar apps de música, de series y cine me basta. Pero soy una activista autodeclarada de Substack. Estoy enamorada del formato. Sigo escritoras y creadores que conocía de antes por redes sociales o talleres, y hay un sensación muy bonita, como de lugar correcto para escribir y compartir en torno a la escritura. También soy una consumidora asidua de podcasts.
17. ¿Cuánto crees que habría que cobrar por un reportaje, una crónica, un artículo, una columna? Elige una o todas.
Te lo digo en colombiano: “depende del marrano”. Según quien me contrate o me haga el encargo mi tarifa varía. Lo que sí es importante es meditar muy a consciencia que el tiempo invertido en escribir es lo que más valor tiene.
18. ¿Cuánto es lo menos que te han pagado por escribir algo? ¿Y lo más?
Lo menos: mi nombre publicado en un fanzine. Lo más: 500 USD, en una revista colombiana hace unos once años. Con eso me compré mi primera MacBook.
19. ¿Cuál sería el título de tu autobiografía?
Mi idea de extraterrestre, es por supuesto una flor.
(Un verso de Carla Faesler que tengo en un póster en mi pared)
20. Si tu escritura fuera un plato de comida, ¿qué sería?
A veces, un vermut con un par de gildas de anchoa, piparra y huevito de codorniz en la barra de un bar pequeño. Otras veces, una arepa colombiana, sabe a lo que le pongas.
21. Si pudieras cenar con tres escritores/as (vivos o muertos), ¿a quiénes elegirías y por qué?
Rafael Chaparro Madiedo, Raúl Gómez Jattin y Mary Oliver porque ninguno encajaba en su tiempo y sin embargo, eligieron la poesía. Y me gustaría que, en medio de la velada, llegara de sorpresa, George Perec. Divertidísimo.
22. ¿Qué consejo te hubiera encantado recibir cuando empezaste a escribir?
Olvídate del entusiasmo y las grandes ideas. Escribe con el cuerpo, domestica el cuerpo: dale tiempo y espacio, hora y lugar; ritual o rutina. Escribir más que poner la mente, es poner el cuerpo. Escribir es un compromiso de la columna y la respiración, es dolor y cansancio. Es síntoma y sensación. Es una postura. Es elegir una hora para levantarse de la cama, cerrar la puerta, sentarse a teclear, a borrar, a intentar, a dudar, a leer, a pensar. Escribir es insistir con el cuerpo para pedir soledad y silencio. Es salir a caminar o a cenar, como tregua, y traer el cuerpo de vuelta al “cuarto propio”.
Bolas extra:
23. Estás en una habitación con 100 personas, ¿en qué crees que eres el mejor o el peor?
Soy una gran preguntadora, hasta el más introvertido o anodino termina contándome algo interesante.
24. Tu cielo ideal (en el sentido de vida después de la vida. ¿Cómo te gustaría vivir tu eternidad?)
Como el río cuando finalmente llega al mar.
25. ¿Qué prefieres: pelear todos los días de tu vida contra una gallina o una sola vez -no sabes cuándo- contra un gorila?
Como en la vida lo único seguro es el cambio, creo que lo más realista es decir que de vez en cuando, sin previo aviso, toca pelear contra un gorila.
26. ¿Si estás al borde de un barranco/balcón/precipicio temes caerte o tirarte?
Lo que temo es dejarme seducir por el vértigo más de la cuenta, por aquello de que, cuando miras largo rato a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
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