Sergi Bellver es escritor y no vive en casa. Colombia, Italia, Perú, México y muchos. En cabañas o palacetes o apartamentos o ciudades o caminos. Un escritor-recolector, por lo nómada, por lo atento a los frutos rojos de los arbustos. Lo cuenta en su libro Blanco móvil (“más de diez años en viviendas prestadas”).
Cómo escriben los que escriben: Sergi Bellver
1. ¿Cuándo escribes?
La respuesta fácil sería que intento hacerlo por las mañanas, con la mente aún fresca, acaso sintonizada con lo onírico ―suelo tener sueños lúcidos de los que a veces anoto alguna imagen al despertar― y más o menos limpia. Por la tarde me cuesta concentrarme, ya con demasiada estática de fondo en la cabeza, y por la noche apago esa radio interna y trato de alimentar con otros estímulos lo que escribiré al día siguiente.
La respuesta más genuina, sin embargo, es que escribo todo el tiempo: el acto literal de la escritura es sólo una parte del proceso, pero un verdadero narrador o poeta «escribe» casi a cualquier hora, paseando o tirado en el sofá, en el tren o al volante, donde, como y cuando sea.
2. ¿Cuánto tiempo le dedicas?
Al hilo de lo anterior, todo el que puedo. Pensar, meditar, ensayar, proyectar o imaginar algo también supone escribirlo antes de la escritura misma. Luego intento que esa parte, digamos, «física» de la escritura no se lleve más de dos horas por tanda. Como los transportistas, cada ciertos kilómetros tengo que hacer un alto para no estamparme con el camión. A veces vale con ese par de horas para conseguir ya una buena jornada de escritura, pero hay días en los que apenas te sale medio párrafo decente tras ocho horas al volante. La única limitación mensurable que he comprobado tener no es en horas, sino en palabras: una vez escribí cinco mil del tirón, del desayuno a la cena ―sin almuerzo de por medio―, y acabaron en un libro sin demasiados cambios ―no pienso decir en cuál, obvio―, pero salvo esas raras y poco recomendables excepciones, lo normal es que jamás pase de dos mil palabras legibles por día. Creo que mi «rendimiento» ―con perdón― ideal está en unas quinientas palabras por jornada de trabajo: si sucede en dos o tres horas, ya tengo bastante; si me llevan el doble o el triple de tiempo, mala suerte.
3. ¿Cómo? ¿Te pones música? ¿En silencio? ¿Puedes escribir en un bar?
Me maravillan los escritores que logran trabajar en un café, una terraza llena de gente o una casa con niños, perros y hasta un guacamayo o un vecino trompetista. Yo soy incapaz de abstraerme del ruido alrededor para atender al lenguaje, que reclama su banda sonora propia. Otra cosa es anotar una idea repentina en tu libreta ―procuro llevar siempre una encima y, si no, uso el móvil― mientras viajas o al caminar por el campo o la ciudad, pero para escribir necesito concentración, soledad y silencio. Sobre todo en la fase creativa: si tengo un cuarto, una mesa, una silla, una puerta que poder cerrar a mi espalda y, a ser posible, una ventana que deje entrar algo de luz, puedo escribir igual de feliz en un palacio, en una choza o en una cárcel turca. Sí suelo escuchar música cuando corrijo, planifico o me documento, y, sólo en contadas ocasiones, cuando busco imbuirme de cierto ritmo para la prosa. Hay una página de mi novela, por ejemplo, para la que estuve escuchando la misma pieza de Vivaldi durante dos días seguidos, de forma obsesiva y en bucle, sin parar nada más que para dormir. Menos mal que casi siempre vivo solo, porque cualquier pareja me hubiera tirado la cafetera a la cabeza.
4. ¿Dónde compras libros? ¿Una librería favorita?
Hace demasiados años que, por las limitaciones de mi vida nómada, no tengo ya espacio para guardarlos, así que compro poquísimos. De hecho, cuando logro que nadie se ofenda por ello, ni siquiera los acepto ya como regalo. Cuando empecé con mi trashumancia en 2012 tuve que deshacerme de casi dos mil libros y, aunque he logrado vencer el apego bibliófilo, hasta que no vuelva a una existencia sedentaria no podré armar una nueva biblioteca. Dicho esto, me gustan librerías tan distintas como Altaïr y Casa Usher en Barcelona o La Buena Vida en Madrid, por ejemplo.
5. ¿Tienes una tipografía/fuente predilecta?
Aparte de lo que escribo a mano, como la poesía, ciertos esquemas o algunos borradores iniciales de prosa, con una letra que varía entre receta médica, redacción escolar y epístola bizantina en función del ánimo y la postura, con el portátil suelo usar Garamond, Times New Roman y, sobre todo, Georgia, que es igual de clásica pero con más temperamento. Cuando, como editor, corrector o profesor, me llega algún texto en Arial, Verdana o Courier, me quedo triste, me pregunto por qué tanta fealdad en este mundo y me pongo a los Smiths.
6. ¿Qué disparadores de escritura tienes? ¿Qué te pone a escribir?
Me sienta siempre muy bien caminar, como a Handke o a Herzog, pero más allá de eso no puedo contestar de una manera lógica ni cabal, porque no tengo ningún método, no es una labor premeditada y en cada caso la escritura ha llegado por canales distintos. Sólo se me ocurre usar la siguiente pregunta para contarte cómo surgieron varios de mis libros y, con ello, tal vez atisbar una doble respuesta.
7. ¿Cuándo, dónde o cómo se te suelen ocurrir ideas?
Los que quizá sean los tres mejores cuentos de Agua dura brotaron por la necesidad de exorcizar demonios relacionados con la familia y la identidad, por un lado, y, desde otro lugar, con un deseo sexual insano del que no lograba deshacerme.
El cuaderno de viajes Variaciones sobre Budapest hirvió sin previo aviso con el café y un mensaje en mi correo-e, una mañana de otoño, en la cocina de un piso de la era comunista en la capital húngara.
El primer parpadeo de mi novela Del silencio se me cruzó como un gato blanco, paseando por la isla de Kampa en Praga, antes de preguntarme qué hubiera sido de mi vida de haber nacido cuarenta años antes y al otro lado del Telón de Acero.
Llegué un verano a Nueva York para escribir otro cuaderno de viajes y, alienado en pocas semanas con la sociedad estadounidense, fui incapaz de escribir esa crónica, e incluso tuve que hacer un parón de semanas en mis diarios. Sin embargo, caminando una mala noche por Manhattan, las luces de Times Square me inocularon la idea de una distopía, tan oscura y contundente como un martillazo en la sien, y que algún día será novela, guión de largometraje o las dos cosas, ya se verá.
Y, hace ya diez años, después de que varios pájaros se estrellaran contra mi ventana en una cabaña que me prestaron en Oaxaca, empecé un segundo libro de cuentos que todavía no he dejado de escribir.
En otras palabras, y ojalá contestando a tus dos preguntas, en realidad casi nunca salgo a buscar la escritura, sino que es ella la que me encuentra. Lo único que puedo hacer es estar atento y preparado cuando llega.
8. ¿Como quién te gustaría escribir?
Me gustaría tener la disciplina, el talento, la visión, el duende, la tenacidad, el fulgor y la fortaleza de unos cuantos maestros ―Chéjov, Stendhal, Conrad, Faulkner, Yourcenar, Steinbeck y un etcétera no demasiado largo―, pero me importa más disfrutar y aprender del camino que llegar a un lugar determinado, y además intento hacer libros que aún no existen, así que sólo aspiro a escribir como mi mejor versión, sin imitar a nadie.
9. ¿Qué talento ―cual sea― te gustaría tener?
De chaval pensé que iba a dedicarme al cómic y la animación, pero todo aquello se truncó por una situación traumática. En mi caso, la escritura es una vocación tardía o diferida, que de algún modo siempre estuvo latente pero a la que sólo empecé a dedicarme muy pasada la treintena. Y no descarto intentarlo alguna vez con el cine, aunque sea sólo como guionista. Sin embargo, de haber tenido algún talento para ella, lo cambiaría todo por la música sin dudarlo ni un segundo.
10. ¿Un poema o canción que te haga llorar?
Hace tiempo que no lloro, lo cual no debe de ser buena señal, supongo, aunque a veces te llega un recuerdo, una ausencia o un fantasma a lomos de una canción y te derriba cual carga de caballería. Podría decir que, en realidad, no creo que nos hagan llorar canciones ni poemas, sino la intimidad de nuestra biografía que decidimos cargar en sus alforjas, pero lo cierto es que no tengo ni idea, porque una vez, en Ámsterdam y sin esperármelo, delante del almendro en flor de Van Gogh me puse a llorar, en silencio pero sin poder cerrar el grifo, como una madre que despide a su hijo en la víspera de la batalla. ¿Por qué? Creo que, en el fondo, es hermoso no saberlo ni analizarlo todo.
11. ¿Qué haces cuando sientes que lo que escribes no tiene sentido o valor?
A la basura y a otra cosa, sin contemplaciones. En mi cajón no guardo ningún proyecto en el que dejara de creer, ningún «por si acaso» ni nada que pueda «reciclarse». Lo del «valor» es otro tema, pero sin pasión y sin sentido, para mí, no hay escritura posible.
12. ¿Cómo imaginas tu trabajo ideal?
Ya lo tengo. Sólo me falta poder vivir de él como un obrero más, sin lujos pero también sin tanta austeridad ni renuncia, porque, penurias materiales aparte, me empiezan a desgastar por dentro.
13. ¿Qué te separa de ello?
Qué sé yo. Un tipo de ambición que no poseo y nada tiene que ver con la literatura. Más habilidades sociales, cierta vocación comercial y un oportunismo cortesano que otros manejan como ilusionistas de circo pero que a mí me dan grima. Unos cuantos escrúpulos de los que no sé si quiero ni debo librarme. Una agencia literaria que de verdad se merezca la segunda mitad de ese nombre. Algo de suerte. Una herencia millonaria. Un premio de la hostia. Yo qué sé, en serio.
14. ¿Por cuánto dinero ―mínimo― lo harías?
Como digo, con poder tener una vivienda digna y cierta tranquilidad, me bastaría y sobraría para seguir en este ingrato y extraño oficio todo el tiempo que me quede.
15. ¿Un/a periodista que leas con frecuencia? ¿Un/a escritor/a? ¿Una newsletter?
Veo y escucho casi todos los días las noticias en varios medios de televisión y radio, también extranjeros, por contrastar un poco, pero después de dedicarme cuatro o cinco años a la prensa cultural impresa, dejé de creer en ella y, por lo tanto, también de leerla. Como autor, pero también como ciudadano, necesito mi tiempo para buscar, observar, digerir y reflexionar, así que soy inmune al «fomo» y no me importa demasiado si pierdo o no el hilo de esa madeja apresurada que llaman «actualidad». No leo a ningún columnista en particular porque, aparte de que suelen derrochar más ego que los poetas, que ya es decir, no me atrae la columna en tanto instrumento político o inversión en la «marca personal», sino como género literario en sí, algo que hoy en día ya me cuesta mucho encontrar.
Prefiero quedarme con la literatura, que es mi manera de estar en el mundo y de «filtrarlo», pero ni siquiera «sigo» a un autor o a una autora actual en particular, sino que voy libro a libro, idea por idea, fogonazo a fogonazo. Sucede que hay quien sabe mantener una buena línea general con toda su obra, como Mariana Enriquez en nuestro idioma, por ejemplo, pero abundan más los hypes que luego se apagan, como aquellos one hit wonder de los años 80 y 9o, o, peor aún, los escribidores bien relacionados que no tienen verdadero talento pero sí cierta habilidad, encuentran una receta y la reproducen una y otra vez. El tema es que hay público para todo eso: los productores de rosquillas editoriales, los hypes, los columnistas endiosados y los «periodistas» en nómina de un partido u otro venden libros, diarios y suscripciones. Yo seré antipático y malísima persona, seguro, pero no formo parte de ese público. Eso es todo.
16. ¿A qué medios/creadores estás suscrito? ¿Cuáles pagas?
Como la música es el único sustento espiritual que en verdad necesito a diario, cuando puedo me suscribo a Spotify de pago. Sé que no le llega demasiado dinero a los artistas, pero al menos no pirateo sus canciones.
17. ¿Cuánto crees que habría que cobrar por un reportaje, una crónica, un artículo, una columna? Elige una o todas.
Como en la bolsa o con las criptomonedas, tu «valor» depende mucho de lo que los demás crean que deben pagar por sacarte provecho, pero yo diría que, en general, todo escritor, articulista o columnista debería calcular sus tarifas en función del tiempo que le dedica a cada tarea, al margen de lo que «el sector» haya decidido que «vale». Como mínimo absoluto, nadie debería escribir nada para terceros que implicara cobrar menos del salario mínimo interprofesional por hora. Bajar de ahí y pasar por el aro es favorecer a quienes abusan del trabajo ajeno y, con ello, ayudar a precarizar aún más este oficio. Ya sé que cuesta empezar y de alguna forma hay que pagar el alquiler, la compra y lo básico, pero si no aprendes a decir que no, te robas tiempo a ti mismo para lo que de verdad querrías hacer con tu vida y con tus letras.
18. ¿Cuánto es lo menos que te han pagado por escribir algo? ¿Y lo más?
Aparte de las colaboraciones no remuneradas que uno hizo por amistad o para ganar experiencia y la tan manida «visibilidad» al principio, con alguna reseña o los primeros cuentos en antologías, y también al margen de algún editor caradura o de una revista «literaria» que aún existe pero nunca saldó los impagos a sus trabajadores, yo siempre he cobrado algo por escribir, ya fuera una sola factura, un salario, un adelanto o una liquidación, de treinta a quinientos euros por un artículo y de quinientos a tres mil euros por un adelanto, por ejemplo. Que sea tu vocación no significa que debas regalar tu tiempo y tu trabajo a nadie, sobre todo si va a lucrarse a tu costa con ello.
19. ¿Cuál sería el título de tu autobiografía?
Ya la escribí, hace dos años, aunque de manera muy parcial y sólo por encargo. Se titula Blanco móvil, con el muy cursi ―yo no quería, palabra― pero descriptivo lema Crónica del nómada que lo apostó todo por un sueño. Con aquellos tres mil euros me fui a pasar un invierno a Sicilia para escribir después otra cosa que, esa sí, me motivaba de veras, porque ya sé que está de moda, pero, diarios aparte, contarle tu vida al prójimo me parece de gente cansina, un absoluto peñazo.
20. Si tu escritura fuera un plato de comida, ¿qué sería?
Juanjo, confiaba en ti, íbamos muy bien, no habías incluido en tu cuestionario lo de los tres libros y la maldita isla desierta, pero esto... Qué risa. Yo qué sé, ¿una verdadera carbonara? Con grasa y proteína selecta ―tiene que ser guanciale, ojo―, pimienta recién molida y muchos huevos, pero también removida con tiento, amor y a su ritmo, para no estropear la salsa ni la cita.
21. Si pudieras cenar con tres escritores/as (vivos o muertos), ¿a quiénes elegirías y por qué?
Aparte de algunos amigos escritores con los que ya como, bebo y río cuando puedo, creo que una cena con Albert Camus, Bohumil Hrabal y Dino Buzzati sería una gozada. Tres artistas con talento pero sin soberbia y tres seres humanos bondadosos pero no buenistas. Y con un gran sentido del humor, o al menos el checo y el francés, pues creo que el italiano hablaría poco pero daría en el clavo con cada comentario.
22. ¿Qué consejo te hubiera encantado recibir cuando empezaste a escribir?
No lo dejes siempre para mañana y lánzate sin miedo. En este viaje, tu trabajo es tu pasaporte y nadie puede juzgarte.
Bolas extra:
23. Estás en una habitación con 100 personas, ¿en qué crees que eres el mejor o el peor?
Sería de los peores en venderle una moto al grupo, sin duda, pero me quedaría con la matrícula de todo el mundo. Soy un pésimo encantador de serpientes pero un muy buen lector de personas y personajes.
24. Tu cielo ideal (en el sentido de vida después de la vida. ¿Cómo te gustaría vivir tu eternidad?)
El paraíso de casi todas las religiones parece más bien un muermo. No creo que haya cerveza, rock, Bach, tiramisú, perros ni gatos en ningún cielo, así que me apunto a la reencarnación sin problema. Sólo espero no bajar demasiado de rango por mis innumerables pecados y reencarnar en alguien un poco más guapo, más listo y, sobre todo, emprendedor. O sea, rico, que la pantalla de feo, tonto y pobre ya me la he pasado.
25. ¿Qué prefieres: pelear todos los días de tu vida contra una gallina o una sola vez ―no sabes cuándo― contra un gorila?
Ya he convivido en varias ocasiones con gallinas y, en general, son diminutos dinosaurios de la pradera, no muy listas pero bastante majas. Sólo me encontré una vez con un gallo cabezón y con mala leche, pero es que era de un pueblo de Zaragoza. Prefiero el gorila, sin duda. Una sola vez y a ver qué pasa. Yo creo que nos llevaríamos bien, porque bajo esa apariencia ruda son seres muy sensibles. Me recuerdan a alguien. El único animal con el que siempre temo enfrentarme es un humano cobarde e ignorante. Son las bestias más peligrosas, porque te apuñalan por la espalda o te cancelan en cuanto te descuidas. Sí, mucho mejor el gorila.
26. ¿Si estás al borde de un barranco/balcón/precipicio temes caerte o tirarte?
Caerme, en todo caso. Por muy mal que vayan a veces las cosas, hasta ahora jamás he sentido ese otro impulso.
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¡Ay, me ha encantado! No le conocía, supongo que un desastre por mi parte pero ya tiene una fiel seguidora. Me ha dado un poco de pena la precariedad pero entiendo que es el precio de los que escribimos o queremos hacerlo. ¡Gracias!
Espero que no se haya ofendido nadie en Zárágózá.
¡Abrazos!
Pd. Ningún gallo o columnista sufrió daño ni maltrato en la realización de este cuestionario.