Soy periodista de milagrito. Empecé una carrera -médica- tres años después de lo que empiezan a correr los que llegan a algún sitio. Con 21. Estuve tres años más disimulando. Me armé de armas y lo dejé. Con 24. Me apunté a periodismo en la modalidad más sencilla posible: semipresencial. Una o dos veces al año me vieron en el campus yermo de las afueras de Madrid. El resto del tiempo fue tiempo que no sé dónde fue. No estudié, no escribí, y no sentí ni media punzada de oficio. Apenas leí. Algo leí. Anduve en algunos bares. Y trabajé en algunas bondades que me amputaron la risa. Me escapé a Latinoamérica. Con 27. Portazo seco. Dejé asignaturas pendientes. Me alejé de la universidad y empecé a escribir. Hice viajes, arepas, música. Recuperé la curva de las comisuras. Volví. Con 29. Hay que irse para volver. Acabé las asignaturas y pedí el título. Con 30. Dios sabe dónde esté el título. Volví a irme. Empecé a publicar en revistas. Con casi 31. Me puse a leer. Enserio, digamos. Pero con torpeza. Como el que se confunde de clase cuando va a la escuela. Ahora estaba en el universo de las revistas. De los cultos. De la gente que estudió bachiller, y su grado, y su máster, y se leyó las obras completas de, y analizó la retórica de, y comparó los textos de, y se saben, parecen saberse, todos los recovecos de la literatura. Yo no sé nada. Anoto: nada. Me olvido el bolígrafo el día del examen. No llevo la calculadora. Tengo apenas estas manos, esta subjetividad sujeta a mí, estas comas para separar las frases, “escribes como piensas”, me dijeron ayer, “acelerado, mezclando ideas”. “Como si me tropezara”, contesté. Cuando escribo estoy a punto de caerme. Cuando escribo tropiezo con la misma piedra. Le tengo profundo cariño a la misma piedra. Pero no es la misma: no puedes tropezarte dos veces con la misma piedra, porque ni el que se tropieza ni la piedra serán los mismos. Heráclito -solidificado- dixit. Ayer, con 33, supe que Pedro, Pietro y Pierre significan piedra. Que a la mujer con la que duermo le gustan las barbas y mirarnos follar en el espejo. Y que hay que buscar nuevos caminos, menos pedregosos.
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Leerte me ha hecho conectarme. Para sentir que mis imperfecciones y mi caos, necesitan un lugar y un espacio para salir, ha sido como decirme: "pero ves, puedes jugar con la escritura, y ser libre, y qué más da si los acádemicos dicen, solo hazlo, desde el corazón, pero hazlo".
Pues ni tan mal, oye.