Ya no escribo aquí, en esta newsletter moribunda. Me prometí no dejar de publicar, ser constante, cada sábado, y una mierda. Busco qué más prometerme para incumplirlo. Eterno forastero de mí mismo. Resulta que siguen llegando suscriptores, profundamente despistados. Resulta que su despiste me involucra de nuevo en esta empresa. Los móviles de nuestra existencia son casuales, muy casuales, o infinitamente determinados por causas desconocidas: lo que los convierte, de nuevo, en meras casualidades.
El Diario del trópico, el Diario Maya, el Diario Azteca, las Veinte historias de amor, los Relatos embusteros me llevaron a “Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años”, una sección semanal en la revista Traveler donde escribo lo que buenamente puedo, y se parece mucho, en parte, casi, a lo que escribía aquí.
Para mis lectores más analógicos, que me consta que son y están, y que no han llegado a mis historias en Traveler, voy a dejar algunos enlaces aquí, para que lean alguno, todos, ninguno:
1. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años
2. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (II): no somos de aquí
3. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (III): la Champions League, Parménides y la Feria del Libro
4. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (IV): unas pocas buenas amigas
5. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (V): escribir listas para sobrevivir
6. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (VI): las últimas noches de fiesta
7. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (VII): contra las piscinas municipales
8. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (VIII): casi un amor de verano
9. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (IX): ¿cómo se duerme en este infierno? Otra noche de calor
10. Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años (X): hablemos de agosto
Y como sería una descortesía volver a este espacio solo a dar promoción machacona de cosas ya publicadas, dejo un par de textos vírgenes. Una prueba que hice para Traveler, y descarté. Y una historia de amor cautiva.
Cosas que te pasan en Madrid cuando tienes 30 años: la terraza indiscreta
Salgo a la terraza y me deshago como un magnum almendrado, pero más pálido, como un magnum blanco. Me falta playa, como a otros les falta calle. Yo soy pura calle, asfalto, terraza. A la terraza salgo a mirar, que es lo único que uno puede hacer cuando el verano le da collejas. Salgo a mirar una historia que me han contado, como el que va al cine a ver una película que ha visto anunciada. Me han dicho que en el edificio de enfrente vivía una mujer con un hombre, que eran pareja, que salían juntos a la terraza a fumar, a cenar, a besarse -no puedes besarte tu solo-, que un día el hombre desapareció, no sabemos por qué, si ella le echó, si él se fue, si ambos lo acordaron, y que ella se quedó sola, sola en su terraza de Madrid, que casualmente está enfrente de la mía, que realmente no es mía, pero estaré aquí unas semanas, antes de moverme a otras terrazas, a otras ventanas. He dejado de ser nómada en Latinoamérica para serlo en Madrid. La cuestión es que la mujer estaba sola, después de la ruptura que testimoniaron mis hospedadores, hasta que apareció un hombre rapado, fuerte, vigoroso en escena, una especie de doble de película de acción, un Jason Statham que no se quedó muchos días, pero sí los suficientes y con la suficiente poca ropa para que asumieran -mis hospedadores y facilitadores de historias- que la ruptura con la persona anterior era definitiva.
Estoy mirando a esa terraza, desde mi terraza. Sudo como un condenado y tengo un libro en las manos, para disimular. Espero a que salga alguien, espero la siguiente escena. Quizá una persona nueva, quizá el antiguo novio, quizá una amiga, una madre, un gatito. Nada. Demasiado calor, pegajoso. Entro y procuro hacer de mi vida algo interesante, no por mí, por mis potenciales espías. Si enfrente vive un periodista, una escritora o un chismoso cualquiera no puedo darle solo holganza y apatía, o lo único que podrá contar a sus visitas es que su vecino se comporta como un san bernardo.
Veinte historias de amor y una canción desafinada/
Intenté explicarle que la quería con consecuencias de Tupamaro. Digamos, de romance guerrillero. De acabar preso, y estraperlear en las visitas versos escritos en papeles de fumar con destino a que ella liase su tabaco en mis palabras, que se fumase mi lengua y mi lenguaje, que aquí dentro desfallece. No sé si pararía una bala por ella, sé que pararía dos. No sé si la quise, todavía la quiero, quiero salir de estos barrotes y agarrar su cintura. Quiero que hoy sea hace tres meses, cuando me enamoré de ella. Qué poco hizo falta. Intimidad, piel, conversación, y tiempo: repetir, hacerlo de nuevo, el sexo, el verbo. La fórmula funciona, y parece que es la primera vez. Mejor: parece la única vez. “Me enamoré de ti como si nunca antes lo hubiera hecho/ solo quise tus dedos, tus pellizcos/ como si nunca hubiera tocado otro cuerpo quise tu cuerpo sobre el mío/ ahora sobre el mío no hay nada/ cuerpo baldío” escribo en uno de los últimos papeles de fumar que me quedan. He dejado de fumar, por fin, por amor, para poder escribir al amor, a mi amor, este es el único papel que consigo en esta prisión imbécil, que me aleja de ti. Mañana tengo visita, y les daré más papelillos escritos para que te los lleven, para que fumes, para que llores, para que te masturbes conmigo: “Pienso en ponerte de espaldas a este mundo, para que no veas lo que duele, y follarte de frente, a los ojos, abrir tus piernas, que mojan tus ingles, y (…)
Y después te abrazo, te abrazo en esos tres minutos donde nada existe, en los mejores minutos que nos han sido concedidos. Cuando estoy en ti, no estoy preso”.
Se echaban de menos
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