26/11/222
Fui a comprar un libro, uno de esos que ilusionan a pocos, pero que ilusionan mucho: Leila Guerriero y Ander Izaguirre conversando, una transcripción de la conversación. Por recomendación de un podcast me senté frente a un plato de espaguetis con albóndigas en un restaurante de Alonso Martínez - ¿qué tipo de tipo soy que va a comer unos espaguetis al sitio que recomienda un podcast?
A punto de ensamblar el cubierto tridente, el móvil -mal colocado ahí- se iluminó. Una noticia inesperada de la persona para la que había comprado el libro. Según el mensaje, es posible que el libro solo lo lea yo. Los espaguetis con albóndigas estaban salados. El chupito de grappa estaba salado. La despedida del camarero, por sosa que fuese, me pareció salada. El paseo que di estaba salado. Madrid estaba salado. Yo estaba salado.
“Aquello que impide el camino se vuelve el camino”, decía uno.
***
Espero a una amiga en un bar de callejuela, en la mesa más cercana a la puerta. Entre la puerta y yo hay un cristal, uno de esos cristales con franjas opacas por la mitad y por arriba. Cada vez que abren la puerta solo veo piernas, pies. Es fácil identificar que no es mi amiga la que entra: los pantalones azules y las botas denotan un trabajador, un hombre en este caso; no es ella. Entran unos pantalones de motero, no puede ser ella. Entran unos tacones y unas medias que anuncian maquillaje abundante en la cara, no es ella.
Luego entra ella y no para de decir genialidades.
29/11/222
No es la primera ver que cojo el vuelo UX1193, de Air Europa. No es la primera vez que cojo un tren a Gare du Midi. No es la primera vez que camino las calles frías de Bruselas. Cuando vivía en Ixelles, mi ventana daba a un supermercado, a un Lidl: el logo del Lidl es un gran círculo amarillo y se iluminaba todas las noches. Desde mi sofá, en un bajo con parqué y ventanal a la calle, el gran círculo amarillo del Lidl parecía un sol brillante. De febrero a junio, los meses que anduve en la capital de Europa, fue difícil encontrarse cara a cara con el sol. Sin embargo, en ese bajo de Ixelles, entre la plaza Flagey y la Comisión Europea, todas las noches salía el sol.
30/11/2022
El mapa del avión tiene un modo que no había visto en estos navegadores. Además de nombres de capitales, relieves, mares, desiertos y el avioncito desproporcionadamente grande (un ala toca Marruecos y la otra alcanza Groenlandia) sobrevolándolo todo, también indica el día y la noche, el camino del sol y la sombra. La silueta iluminada, la que determina el ciclo productivo de cada país, el día, no es muy intuitiva, no es una franja avanzando hacia el oeste; se asemeja, más bien, a la boa come serpiente del principito, o a un sombrero, claro. Todo el continente antártico está iluminado todo el día (en un ejercicio de coherencia: todo el día es día). Todo el "norte" global está a oscuras, apagado (en un ejercicio de rebeldía: todo el día es noche).
Volamos a 850 kilómetros por hora: el viento de cola pone 40, los 810 restantes los ponen, no sé en qué proporción, los humanos, las máquinas y la física. Volamos a 11.500 metros de altura y la temperatura fuera es de menos 60 grados. En pocas horas cruzamos lo que en época llamaron "el paso de en medio", el Océano Atlántico. En el continente africano, tiempo ha, había dioses que tenían como grandes poderes y atributos divinos poder recorrer el continente en una semana. El avión a Cancún, México, con escala en Varadero, Cuba, va hasta arriba de somnolientos y veloces dioses.
La señora de mi lado, de dos lados más allá, el asiento del medio está vacío, no para de toser desde que salimos de Bruselas. Tiene tos de estar curándose, productiva, que se dice. Un par de vasos de agua calmarían esa tos, pero ella no bebe, solo mira una película sombría de policías. En el asiento de en medio descansan mis libros de periodismo y su tocho de Stephen King.
“¿Quieres agua?”, me dice en inglés mientras me pasa una botella. Sí que quiero, pero no quiero sus gérmenes, no más de los que ya he compartido así que le digo que no, que gracias. "Usted debería beber, para mejorar la tos", le respondo en un inglés beyond my level. A lo que, mostrando sus dientes y arrugando los ojos, responde: "prefiero tomar unos cubalibres cuando llegue a Cuba". Quiubalibres y quiuba, pronuncia.
En Cuba se bajan la mitad, los que vamos a Cancún no cambiamos de avión. Nos quedamos sentaditos. Bueno, no todos. Yo, expeditivo y despistado, deseoso de pisar la isla, cojo la mochila y enfilo la salida. Había mucha gente sentada, pensé que era la educación (supuesta) belga. Debían haber dicho algo al respecto en francés, no me enteré. A pocos metros de salir del avión me di cuenta del error. Volví al sitio. Ahora faltan de subir pasajeros con destino a Bruselas. Nos dejarán a nosotros en Cancún y, sin bajarse del avión, se volverán a Europa. Más que un avión parece el metro. El de Madrid vuela.
Ultimo vistazo a la pantalla: aterrizamos en Cancún, amanece en Tokio.
Volver al trópico. Qué fácil es volver al trópico.
Parece un mundo. Pero volver al trópico es una cuestión de echarle ganas, nada más.
Arrancaste, güey. Que te cuides y disfrutes, claro. Como siempre. 🤗🤗🤗