06/06/2023
En La Habana hay muchas Habanas. La de Batista, con la mafia construyendo hoteles y casinos, con cadillacs al viento por las avenidas. La revolucionaria, con la ilusión y las palabras nuevas: la plaza Cívica convertida en plaza de la Revolución; el paseo del Prado renombrado paseo Martí. La del periodo especial, en los noventa, con la disolución de la URSS y el desabastecimiento. La de la reapertura, cuando Obama sacó en 2014 al país de la lista de estados patrocinadores del terrorismo y se rodaron películas y volvieron cubanos del extranjero y la economía reboto (hasta que Trump les devolvió a la lista en 2021). Y la de hoy, que aúna todas las anteriores: cadillacs, revolución, desabastecimiento.
En La Habana hay tantos edificios bonitos que imaginar la bonanza no se hace difícil. Más difícil es saber qué ha pasado y cómo se reparten las culpas.
En La Habana nocturna, las luces están burocráticamente instaladas, pocas. Un tipo sentado en la penumbra del bordillo de su casa me pide fósforos. Le decepciono pasándole un mechero. “Mario Conde”, me dice. “El look de Mario Conde”, aclara apuntándome con el dedo. “Voy a resolver un caso”, le contesto paladeando mi cigarro. Mario Conde es el detective más brillante de Cuba, envejecido y con afanes inconclusos de dedicarse a la literatura, investiga para ganarse el sueldo. Leonardo Padura, habanero, es el creador, y le esbozó irónico, fumador y algo borracho. Supongo que los vaqueros, la camisa abierta y el ceño fruncido, esto último para evitar las suspicacias de toda noche latinoamericana, son el uniforme de cualquier detective que se precie.
“Aquí no entran los Estados Unidos porque tenemos mucho capital político (...) y porque todos tenemos formación militar (...) y echaríamos el arma al hombro (...) tendrían que matar a demasiados (...) y, además, ya no molestamos, solo tenemos playas bonitas”, me dicen entre caipiriñas y cervezas a la luz del capitolio, la única luz en el horizonte.
“Europa es un gigante económico, un enano político y un gusano militar”, escuche decir una vez. Cuba, digo, es un gusano económico, un gigante político y un enano militar.
“Doce de la noche en La Habana, Cuba” no paro de tararear mientras vuelvo a casa.
07/06/2023
La Habana vieja camina con bastón. Muchos edificios, testigos de la historia, lucen cansados; la maleza crece en los balcones. Los andamios, a modo de muletas, sujetan unas casas que no aguantarán muchas más lluvias.
Si el sistema es fallido, dicen, ¿por qué tienen que forzarle a fallar?
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En el restaurante del estado, donde los almuerzos son abundantes y económicos, “hay hasta cuando se acaben”, dice Lino, sonriente y lo contrario.
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Los policías están flacos, fideos con uniforme.
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En la plaza de la Revolución la mirada, fuerte, del Che doblega la propia.
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En marzo de 1990 llegaron 139 niños afectados por el accidente de Chernóbil para ser tratados en hospitales cubanos.
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Los bloques de pisos soviéticos, en las afueras, son útiles y aburridos.
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En 1953 Fidel Castro intentó tomar el cuartel Moncada, en el sur de la isla. Terminó preso en la cárcel La Modelo, en la isla de la Juventud.
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De los 82 expedicionarios que llegaban de México en el Granma el dos de diciembre de 1956, cinco días después, cuando fueron asediados y bombardeados por las tropas de Fulgencio Batista, quedaron doce. En medio del fuego cruzado de aquella noche, resuena la frase: “¡Aquí no se rinde nadie!”. Entre ellos estaban Ernesto, Fidel, Raúl, Camilo.
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Recuerdo una anécdota que cuenta Paco Ignacio Taibo II, biógrafo del Che, que dice más o menos así: cuando tomaron control de la isla, en esos primeros meses de revolución realizada, tenían reuniones continuas y largas sobre la organización. En una de ellas, Fidel Castro preparaba un plan de gobierno. Cuando llegó al Ministerio de Industria, preguntó “¿hay algún economista en la sala?”. A lo que el Che, algo cansado y adormecido, levantó urgido la mano pensando que la pregunta era si había algún comunista en la sala. El Che, como resultado de esta anécdota o no, fue ministro de industria hasta que decidió hacerse ministro de revolución perpetua en otras tierras.
08/06/2023
La Habana parece un lugar propicio para enamorarse. Entre el bullicio del parque central y el malecón, que son los labios de la ciudad. O entre algunas de las columnas habaneras. “La ciudad de las columnas”, la llamaba José Lezama Lima, “el gran cronopio”, según Cortázar. Como Horacio Oliveira en París, busco una Maga en el trópico.
No fui a la Plaza de la Revolución
Me gustaría hablar contigo por WhatsApp, si es posible, Amiguiño Juanjo, por favor. Graciñas
Juanjo, me gustaría que fueras a Trinidad y preguntes por José Antonio, Animador cultural, que te puedo contar y enseñar muchas cosas; que te enseñe unas fotografías que hay en las que Fidel sale de la cárcel con otros en el primer intento de revolución con sus maletas y él sale con las manos en los bolsillos y sus maletas se las llevan los demás; ahí empieza a enterarse la gente de cómo es, que no es un revolucionario aunque siga engañando auténticamente. Podría contarte muchas cosas de lo que sé. El Ché no sabe de cuentas, es un homófobo violador y muchísimas cosas más. Me gustaría que estuviéramos juntos cara a cara, te podría contar muchas cosas ahora conozco algo de Cuba; llevo cinco años, de Ciego de Ávila, un pueblo cerca de la capital de esa provincia y que sufrió por profesar la Fe Católica, le prohibieron a los empresarios que le hicieran un contrato... sufriendo las consecuencias teniendo hijos