11/03/2023
Conocí a Rocío en la lancha pública que llega a Chacahua. Rocío venía de vender mejillones, los mejillones que agarra en la laguna. “Claro que puedes acompañarme. Vente el lunes antes de las siete de la mañana a casa. Vivo al otro lado de la ría”, dijo con sonrisa llena.
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En Chacahua, pueblo afromexicano de la costa de Oaxaca, el tiempo pasa medio obligado. Podría pararse el calendario y a nadie le importaría. La playa rodea al mar, hasta el final hay tres horas de caminata, la bahía se dibuja.
Una muchacha italiana acampa a mi lado, nunca había dormido en una carpa. Un italiano hace pizzas los viernes, solo las hace una vez por semana porque, dice, le da para vivir. A diestro y siniestro, tipos y tipas que vienen del norte, de cortar marihuana: “la costa de Oaxaca está llena de dinero de California”, me dicen mientras esperamos las pizzas del italiano. Doquiera los surfistas, que por suerte solo se mezclan con los mortales al caer la noche. Normalmente a la sombra, un par de artesanos franceses que no los he visto no sonreír. En el restaurante, en la tienda, en la orilla, un gringo, con el que ya me había cruzado, que se viste como si Janis Joplin fuera a tocar hoy, ahora, en esta playa. Por suerte, en Chacahua hay más chacahueños que extranjeros.
A dos palapas vive Tita, la que fue consejera municipal y alentadora de la igualdad de la mujer en estos pagos. Cuando pregunté por ella, a dos hombres distintos, uno dijo: “sí, vive por allá, pero ella no fue nada”; otro dijo: “ella no va a saber decirte nada, ¿qué necesitas?”. Hable con Tita, por una hora, y tenía mucho que decir.
Cirilo calza sesenta años, un par de bíceps musculados y una barriga esférica. Alquila carpas y tablas de surf, hace tours por el manglar para ver la bioluminiscencia, fuma marihuana por la mañana, por la tarde y por la noche y toma cerveza al caer el sol. Es mejor hablar con Cirilo a primera hora, antes de que la nube se haya instalado entre su inseparable gorra y su razonamiento. “Ciriloco”, grita -acertadísima- una mujer desde la playa. Cirilo mueve la mano, como diciendo “no molestes” y sigue aspirando su canuto, canuto gordo, a su imagen y semejanza.
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Intento no fijarme en lo malo, hay mucho bueno, pero son superiores a mis fuerzas:
Un turista, con sus trenzas afro bien pegaditas en la cabeza, en el cerebro, diría yo, en un intento de parecer un Snoop dogg blanco que roza el límite de lo absurdo, lo rebasa, y lo deja a muchos kilómetros de distancia, nada y salta titánico en dirección a la bancada de peces que acaba de descubrir.
Desde hace quince minutos, los trabajadores que construyen una de las casas que darán cobijo, techo y gusto a la manada de cerebros insalubres que llegan de latitudes frías y cuentas bancarias calientes, corretean por la orilla persiguiendo la bancada. Cada vez que un cardumen asoma en la bahía, los trabajadores lo siguen con la mirada mientras palean arena, giran cemento, cargan sacos, tararean corridos; vigilan el cardumen y esperan. Cuando se acerca lo suficiente, todos corren, con sus jeans y camisetas sucias, detrás del encargado de lanzar la red, la atarraya. Su cena será mucho más nutritiva si salen unos buenos peces de la red (momento en que dejan de ser peces y se convierten en pescados). El cardumen se mueve siguiendo quién sabe qué instinto y dirección. Los trabajadores, que vienen del centro del estado (llevan un año viviendo aquí para terminar la obra), se mueven con un instinto y dirección mucho más evidente: los peces, la cena. El abanderado, el enredado, lanza y recoge, salta la ola y recula, mira a los peces y mira a su equipo, que lo jalea desde cerca. La red vuelve a salir vacía. Cuando parece que los peces se han alejado, que la cena no tendrá espinas, el cardumen toma un giro y enfila la orilla, doscientos metros más a la izquierda, dónde, desafortunadamente, empieza a chapotear el turista de trenzas ajustadas, tan ajustadas que parecen estar bloqueándole el riego del cerebro.
Ajeno a los pescadores de la orilla, el alegre ciudadano del primer mundo y del último criterio, del mundo patas arriba, empieza a nadar, a saltar, a chapotear en dirección a los peces, con el insospechable resultado de que los peces se alejan de la orilla. Los trabajadores lo miran boquiabiertos, el pasmarote de cuerpo áureo y encefalograma cúprico tan siquiera se da cuenta, tan siquiera se da cuenta. Tan siquiera se da cuenta. Solemne imbécil.
Me voy a tatuar a sangre y fuego lo que decía Dervla Murphy, escritora y viajera irlandesa: “Elige un país, maneja guías para identificar las áreas más frecuentadas por los extranjeros… y ve en la dirección contraria”.
12/03/2023
Rocío y Hugo viven al otro lado de la ría de Chacahua, donde los turistas no llegan. Viven al final del pueblo, donde ningún pasaporte ha pisado, donde las calles son de polvo y la playa es un recuerdo. Se dedican a la pesca de mejillones, de tichinda, como llaman aquí a la concha del mejillón. Mañana salgo con Hugo a pescar, a buscar tichinda.
14/03/2023
(Salí a pescar con Hugo. Sacamos doscientos kilos de mejillones. Tengo pendiente escribir lo que pasó ese día).
En Pochutla, a 30 kilómetros de la costa, no hay nada que ver, nada que hacer, nada que fotografiar. En Pochutla estamos a salvo por unas horas. El ventilador, puesto al cinco, apenas me mueve el flequillo. Pochutla, además de ser un muro infranqueable para los turistas bronceados con lanzallamas, es un horno de doce a doce.
La biblioteca de Pochutla tiene más ruido que la calle principal. El estadio de Maracaná es más tranquilo. Niños gritan, jóvenes ensayan la trompeta. “Nos estamos mudando, puedes llevarte cinco revistas”, dice el bibliotecario, y salgo corriendo con el botín en las manos como en esas películas en las que todo se derrumba y explota detrás del héroe.
Al volver de la biblioteca, me cruzo con el hombre de gorra ceñida y la joven de vestido ceñido que habían entrado a la habitación de al lado cuando yo salía, apenas hace media hora, y confirmo lo evidente. La muchacha, que camina un par de pasos detrás del hombre, me mantiene la mirada y arquea las cejas. Sus cejas dicen algo como: “¿qué otra opción tengo?”
El calor, el calor, el calor. Fumo. Para que el ventilador gire rápido, descubro antes de dormir, debe estar al uno, no al cinco. Ahora mi flequillo es un huracán.
15/03/2023
Con el primer sol salgo de la ducha. Tres horas de curvas centrípetas y 2500 metros de altura después, llego a San José del Pacífico, el pueblito donde crecen los hongos alucinógenos más buscados de Oaxaca. Un mototaxi me sube hasta el camino más alto del pueblo, hasta el último camino. San José no tiene una línea recta u horizontal. Los últimos trescientos metros, con inclinación de escaleras, los cubro mirando al suelo, el único lugar al que mirar cuando se hacen tales prodigios. Ahí donde me dejó la moto, vive una familia. El papá me ha dicho que más arriba vive una pantera, que a veces se la escucha. He comprado lo necesario para cuatro días. Aquí arriba estoy solo, en el bosque profundo, en una cabaña de madera que me han prestado. El ventanal del salón es una panorámica del valle. No intento describirlo, no sabría. Empiezan los días de Walden digitalizado.
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Me he comido un mango en dudoso estado, y temo una intoxicación que me abata en la cama y me impida acercarme a la civilización a buscar ayuda. Una muerte al estilo Alex Supertramp.
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Una nube pasa por el ventanal. El valle se difumina. Recuerdo Iruya, un pueblo perdido del norte de Argentina: “lejos del suelo, cerca de las nubes”, creo recordar que decía un cartel a la entrada.
16/03/2023
Los ruidos de la noche ya no son. Ahora el sol ilumina el valle, ilumina mi mesa, me ilumina. Escucho “Living in the woods in a tree”, de Blaze Foley. Nunca he estado más aislado, más solo. Leo, escribo, cocino, fumo. Tengo libros para varias semanas, escritura para varios meses, comida para tres días, tabaco para tres horas.
¡Ay!, Iruya, los peligrosos turistas,... Qué historias, Juanjo, qué recuerdos. Gracias. Oye, aíslate lo que haga falta, pero cuídate, si no no habrá forma de hacernos creer que el viaje es interminable.
A nadie he conocido tan valiente como tú.
En ese lugar aislado
Sólo contigo .
Enhorabuena por tu poder
Orgullosa de ser tu madre ♥️