07/07/2023
Tomo notas y escribo sobre Pontedera, una ciudad eclipsada -y con razón- por la inclinación de Pisa y la brutal potencia intelectual y artística de Florencia. Me doy cuenta de que el viaje es un afán literario. Si no lo escribo, no lo quiero. No me interesa pasear Pisa ni Florencia si no llevo encima las ganas de apuntar los comportamientos de los habitantes, si no me explican una particularidad en un museo de tercera, si no busco entre los escritores de la zona alguna frase que fusilar y camuflar en mis palabras.
No quiero acariciar una ciudad, quiero sus cuevas y tormentas.
Un reportaje y medio vendido no dan para financiar paseos ni para forzar mi inconsecuente motivación de documentación y lectura.
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Admito, con algún reparo, que no encuentro en esta Europa, en la occidental, estimulo alguno.
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Mi cabeza no está sobre mis hombros, está, si acaso, sobre mis rodillas. Mi cabeza, podría decir, estaba sobre sus hombros.
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No hablar italiano me anula la simpatía. Tantos años en la batalla de dominar el castellano, y ahora tan inerme. Miro sus caras, el lenguaje que me queda son mis ojos. El silencio es un obituario aplazado y dice que somos supervivientes de algo. Veo en sus caras guerras púnicas, bárbaros, envenenamientos. Hay, en la gente callada, una tristeza arrinconada.
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Busco en mis notas: “la claridad en el pensamiento. Leer a Juan Villoro es terapia cognitiva. Cada página te sientes más listo, más capaz. El hechizo no dura mucho, qué rico mientras dura. Villoro habla de su padre, un intelectual de prestigio. Su memoria era tan prodigiosa, dice Juan, que su padre contaba las guerras púnicas como si hubiera estado allí mismo, presenciándolas sentado sobre un elefante”.
08/07/2023
En Calafuria, a las afueras de Livorno, llegan motos por decenas, buscan el mar. Tostado sobre la roca imagino mis arrugas, que han dado forma los vientos. La inquietud geográfica. No sé cómo estoy, sé dónde estoy. Saber algo es bueno. El pelo que nace en lugares que antes no, y anuncia que un día dejara de hacerlo. Los músculos menos jóvenes. Los huesos menos jóvenes. El corazón menos elástico. La piel gastada. Del sol, del mar, del roce de algunas sábanas. Los ojos miopes, prueba de lo visto. El mar Mediterráneo dice nostalgias. Llevo, a días, una nueva ilusión en los mofletes. No hay partido de vuelta.
10/07/2023
En el Vaticano se cumple penitencia. La entrada es un éxodo lento, caliente. 38 grados a mi alrededor. Conseguir entrar es el primer encuentro con el espíritu santo, que se hace presente en forma de viento.
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¿Hay un Benedicto o muchos Benedictos?, pregunta un muchacho agitando las manos en sendos interrogantes. El padre contesta: “una vez te eligen Papa, hay como seis o siete nombres que puedes tomar…”. Como si los Papas fueran los pokémon que puedes elegir al principio del juego, el padre malexplica la autodenominación papal.
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Dos argentinos se cruzan cerca de la tumba de San Pedro y se preguntan por el resultado del partido de ayer. “Empatamos, pero jugamos bien”, dice el joven que lleva la camiseta de fútbol que disparó la conversación. Y se quedan hablando bajo una cúpula llena de ángeles y santos. No hay duda qué Dios guía Argentina.
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“¿Por qué no nos sentamos y nos platicas otro ratito?”, dice un latino empapado en sudor a su guía. Está dispuesto a seguir con la encíclica espiritual pero solo si también atienden a lo material, al cuerpo.
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La escultura de "Santo León el grande encontrando a Atila", de 1653 (Alessandro Agardi). En la parte baja Atila, rey de los hunos, se acerca con afán conquistatorio a Roma. El papá León le confronta. Sobre él, los apóstoles Pedro y Pablo atraviesan las nubes blandiendo dos espadas. "Si las palabras no bastan, el hierro hablará", podrían decir. La escultura es tan perfecta que parecen humanos petrificados.
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En un día vemos todo. No vemos nada. Hay turistas y filas en letanía por toda la ciudad. Me gustaría vivir en Roma y salir a pasear cuando la lluvia o el granizo dispersen las centurias de fotoselfies.
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Doce horas en la calle, al sol romano, invencible. El objetivo, la sombra. La noche bálsamo. “Country roads, take me home, to the place I belong”, canta un tipo con pinta de no haber encontrado su casa. Y la pregunta, eterna como esta ciudad, ¿a dónde pertenece uno? “Uno es de donde entierran su cordón umbilical”, me dijo una mañana triste y soleada una bibliotecaria en la capital de Oaxaca. En Trastevere, en una plaza detrás del río Tíber (Tevere), la armónica, la guitarra y la voz del buscador de hogares invitan a que dejes de buscar. “El que está en muchos sitios no está en ninguno”, diría Séneca, el filósofo con nombre romano y nacimiento hispano.
Alegría: próximo texto.
El viaje no puede gustarte siempre, pero a tus historias esos pesares les sientan bien. El viaje, para convertirse en vida, ha de pasar por rincones oscuros y gente vacía.
Alegría: escribete halagos
... Adelante en tu incansable viaje a tu interior, Juanjo. (A Europa le huelen los pies, pero tiene sus partes buenas).