17/06/2023
Remuevo la cucharilla. El café de la tarde es un electroshock. Si no lo tomo, mis constantes vitales podrían no terminar el día. Bocanadas de verano entran por la ventana, arrasan en silencio, sin mover las cortinas desbordan todo. Remuevo la cucharilla y repiquetea. El ritmo acompaña los pensamientos, que no pueden ser más insolentes. Convivo, con frecuencia, con un solemne imbécil.
“Siempre que no nos empeñemos en intervenir, los problemas encuentran solución por sí mismos”, dice Sara Mesa. Y me quedo muy muy quieto esperando resolución. Dudo si salir al mundo de nuevo o buscar trabajo en Madrid. Si seguir de pata perro o ponerme el collar. En Diario de un canalla, de Mario Levrero: “lo que debo confesar es que me he transformado en un canalla; que he abandonado por completo toda pretensión espiritual; que estoy dedicado a ganar dinero, trabajando en una oficina, cumpliendo un horario, que ahora estoy escribiendo esto porque tengo unas vacaciones”. Y acuña desde el término subsistencia el término subexistencia. Lugar al que, dice, te puede llevar el trabajo asalariado.
Los problemas encuentran solución por sí mismos mientras estoy aquí sentado. La escritura como ancla. Soy incapaz de estar en otro sitio mientras tecleo. Si veo una película, es fácil que mi cabeza recorra diez caminos. Si hablo con alguien, mi atención puede estar apagada. Si leo, con triste frecuencia miro el móvil. Sin embargo, al ordenar estos jeroglíficos, no que me queda otro remedio que, de manera inexplicable, estar aquí, no más, aquí.
“Tanto el proceso creativo como las perturbaciones mentales dependen de un “pensamiento divergente”: proponen algo que no está en el mundo. ¿En qué medida la creación colinda con la enfermedad?”. No recuerdo dónde lo leí. Me gusta y me asusta.
“Cuando uno decide dinamitar su propia vida lo único que podemos hacer quienes le rodeamos es apartarnos y que no nos salpiquen las vísceras”, leo en el prólogo de una compilación de columnas de David Trueba. No sé si yo me estoy alejando de la explosión de órganos ajenos o si son los demás los que buscan refugio ante el inminente estallido de mis riñones, páncreas e ilusiones.
20/06/2023
En Palencia vivo en un edificio definitivo. Antes de que el mundo fuera como es hoy, imagino este bloque en el número 2 de una plaza del centro de Palencia rodeado de mamuts y hombres cavernarios. Antes de que resolviéramos cómo almacenar agua en un simple recipiente o cómo echar una semilla a la tierra y esperar el alimento, imagino que este edificio de ladrillos y balcones simétricos ya estaba aquí.
“Un hijo es como tener algo siempre al fuego”, leo por ahí. En Palencia soy más hijo que nunca.
Luces y sombras. Ya tienes ese pulso melancolico, poético, deliciosamente envenenado de los escritores profundos.
P.d: duermes bien por las noches con tanto café?
Bienvenido !!!!,(Aunque fácil que sea por poco...). Un abrazo