Diario del trópico
A las siete de la mañana salgo de la cama, está sobre el suelo, como en la última casa. Me gustan los colchones en el suelo: el somier, además, hacía unos ruidos nupciales que no me dejaban concentrarme en dormir. El sol ya anda por ahí desde hace una hora, y aunque no tengo cortina, no me despierto hasta las siete, o siete y media, algunos días a las ocho, ocho y media, algotros (mi expresión favorita en Colombia: algunos y algotros) a las nueve o nueve y veinte; la verdad es que no tengo problemas para dormir una vez dormido, sí para conciliar el sueño, por eso deseché el somier.
El agua de la ducha sale fría, salvo en contadas ocasiones (que aquí cuento: hoteles, casas pudientes y casas que instalan su propio, y poco habitual, calentador eléctrico) las duchas son frías en esta región caliente -en sus seis primeras acepciones- de Colombia. Así que paso temporalmente de la ducha y voy a la cocina, mucho más acogedora.
La cocina está limpia, anoche no nos pudo la pereza de dejar los trastes (como dicen en México a los cacharros o platos sucios. ¿Vendrá de trastos?) en el fregadero; y hoy me felicito. Saco el café y la leche (que no debo tomar en demasía: tengo una herida debajo de la lengua -de un mordisco que me pegué en un lugar casi imposible- que se ha convertido en una pequeña capsula y se infla, algunos días, como un globo, un globo rojo. El farmacéutico al que le saqué la lengua y le obligué a mirar mi boca llena de dientes me dijo que no tomase lácteos, así que hago caso y no tomo muchos lácteos; pero, claro, no hago todo el caso y tomo algunos, sobre todo en el desayuno) y pongo a tostar una rebanada de pan, últimamente dos. Mientras tanto, abro la nevera y miro con qué acompañar la tostada. Suelen ser huevos y/o aguacate y/o tomate o una de sus siete posibles combinaciones. Si me entretengo mucho eligiendo la combinación – como me he entretenido ahora contando las posibles combinaciones- las tostadas se queman: el regulador de la cocina da mucho gas o muchísimo gas. Y el fuego no hace prisioneros.
Me hago otro café, vuelvo a echar leche. Hoy no voy a la oficina, por seguridad trabajo desde casa: las disidencias de las FARC han bajado de la montaña. Serán solo unos días. Sentado en la mesa de mi cuarto veo llover y, a la vez, brillar el sol. Hay dos plataneros que casi puedo tocar y, sobre ellos, un árbol enorme con hojas jóvenes -verdes- y viejas -amarillas. El árbol está lleno de ramas, podría irme por ellas.