Quedan un par de horas para que empiece el atardecer, que empieza muy temprano, y no sé en qué invertir el tiempo hasta entonces. Estos ratos son tan largos mientras estas semanas vuelan, vuelan tan alto y rápido que no hay tiempo de poner orden: ni al cuarto, ni al escritorio, ni al escritorio digital – qué fácil era ordenar un solo escritorio-, ni a los pensamientos. Los libros pendientes siguen pendiendo; las decenas de monedas mentirosas sobre la mesa -cómo 100 pesos puede ser tan poco dinero- se han convertido en pisapapeles; los papeles pisados son, ya, notas olvidadas; y, de repente, me percato del silencio, del silencio de fuera, tan poco habitual, que silencia también por dentro, tan poco habitual. Y me alegro de que este rato dure.
Cuando baja el sol, poco antes del crepúsculo, vienen los colibrís. El cielo se incendia, allá lejos, y estos pequeños pajarillos picotean el árbol. Hay más de 160 especies de colibrís en Colombia, no sé cuáles son los que vienen a mi ventana. Vuelan sin moverse, aletean y aletean velocísimos, en el sitio: tanto movimiento para no ir a ningún lado, soy un poco colibrí.
Por la tarde ya es de noche, a las 18:17 se enciende la farola sobre mi ventana. La basura la recogen hasta las 18:30, desde las 17:30, los martes y viernes. Si no la saco ahora, tendré que dejarla cuatro días en casa, y el pollo se pudrirá y volverá a morir, por segunda vez, en la bolsa de basura (esto de que el pollo muera dos veces se lo robo a Anita, de un texto hermoso que me compartió hace un mes: “Es lunes. Como todas las semanas hoy es mi día libre. Dejo mi reloj de muñeca en la mesilla de noche, me levanto y me propongo afrontar el día como lo haría un caracol. Camino de la cocina paso por el salón a recoger las evidencias de mi atracón de anoche. El pollo se ha quedado fuera. Se ha puesto malo. Muere por segunda vez. Lo tiro a la basura y aprovecho para sacarla porque no quiero que mi casa huela a putrefacción”).
En esta ocasión he sido consciente del robo; cuántas palabras habré robado -consciente o inconsciente- de películas, libros, conversaciones. Aprovecho y pido perdón por todo lo saqueado).
Vuelvo de tirar la basura, sobre la bocina, y ya no hay colibrís, ni árbol que mirar. La ventana ahora es una tapia, nada que ver al otro lado. Qué oscuras son las noches, parecen acumular todo el dolor, el cansancio del día. Me duermo pronto para, mágicamente, en lo que percibo como un parpadeo, timonear la noche, y despertar temprano, muy temprano: en esas primeras horas de la mañana en las que el mundo está sano, nuevo, inocente, indoloro; en esas primeras horas indulgentes.
Foto: carmenn_dur
Otro beso para tí, Danés !
Cuànta salud acumulada en un despertar. El lunes empiezo. Empiezo a despertar con los terceros rayos y, es que aquí en Copenhague, como despiertes con los primeros el día se vuelve interminable. Son las 8:00 y el sol ya está a mitad de camino en su ascenso hacia el cénit.
Sigue, continua. Tu arte nos envuelve. Despiertas el mío, gracias.