14/07/2022
Se fue la dueña, Marta, y a los pocos minutos les di de comer. Devoraron sus raciones de lo que sea eso que comen los perros. “Hasta ahora todo va bien”, pensaba iluso, como ese hombre que cae de la planta 50 de un edificio. Nada más comer, Cauca, la perra que Marta adoptó de la calle hace unas semanas, se hizo consciente de la nueva situación: este lugar era extraño, yo era extraño, Marta no estaba. Se arrinconó en una esquina, asustada: cola y orejas caídas, ojos huidizos.
Marta se había ido hace quince minutos. Quizá es el tiempo que su olor permaneció en la casa, el tiempo que Cauca aún se sentía segura, confiada de su olfato. ¿Cuánto dura el olor de alguien suspendido en el aire? ¿y en una almohada? ¿y en un recuerdo? Según narices, supongo.
Si yo iba a la cocina, Cauca se escondía en el salón. Si iba al salón, en la cocina. Si yo estaba en un lado, ella tenía que estar diametralmente en el opuesto. Le acercaba comida que no comía, le acercaba juguetes que no olía, le acercaba manos que le aterrorizaban.
Jambo es confiado y orejudo, empiezo a jugar con él. Le lanzo el juguete y lo trae, diligente, de vuelta a mi mano. El peluche va y viene. Cauca mira, de reojo y tentada; atiende como un espectador de Wimbledon.
Bien sabemos -nosotros los humanos, pero también eso que llaman mercados- que la confianza, tan abstracta y volátil, es fácil de perder y difícil de recuperar. Tengo cinco días para ganarme la confianza de Cauca. Antes de que vuelva Marta y el dólar doblegue al euro.
15/07/2022
Les pongo el desayuno y Cauca ni se acerca. Sigue en una esquina, atormentada. Cuarenta minutos más tarde, desde mi habitación, oigo masticar. Espero que sea Cauca y se esté comiendo el pienso, pienso. Me asomo y sí, ahí está. Al menos no morirá de hambre.
Ponerle el arnés para salir a pasear no es fácil. A Jambo le suelto, a Cauca no. La injusticia es mayúscula, pero Cauca no se dejaría coger de nuevo. Y quién soy yo para obligarla a vivir conmigo. No tengo idea.
Es la hora de merendar, y meriendo. Queda una triste loncha de lomo ibérico, tan sabroso como suena -sobre todo tan lejos de la península que le da apellido. Son tantas mis ganas de que ese perro que me mira asustado me quiera que le lanzo la mitad del lomo, el último pedazo a este lado del atlántico. Posa el hocico sobre el lomo y sigue mirándome, con esos ojos tan tristes. No se lo come, sigue sin confiar en mí.
Salimos a pasear. En mi barrio no he encontrado una papelera hasta la fecha. Paseo perros y cacas hasta el barrio vecino.
Les doy de cenar. Juego con Jambo, Cauca hace algún amago. Me tumbo un rato en la cama, dejo la puerta abierta. Jambo se sube y se acuesta a mi lado. Cauca se asoma, tímida. Se acerca. Se mete en la cama, me chupa la cara, se tumba conmigo, me derrite.
No fue tan difícil.
16/07/2022
Son las 09:00. Me levanto con un poco de resaca. A cualquier cosa le llamo resaca con 31 años. Es sábado, normalmente aprovecharía mi colchón. Hoy, en cambio, tengo dos perros que atender. Salgo de la habitación y ahí están, sonrientes -no sé si los perros sonríen-, con la cola facunda y feliz. Se me suben, se me chupan, se me revuelven; me dejo querer, claro.
Les devuelvo los revolcones y los besos y, algo preocupado por si me levanté demasiado tarde (y los caninos están caninos), les pongo la comida. Si yo tengo hambre, ellos deben tenerla también. “A comer. A comer”, les digo señalando los platos. No se mueven de su lugar frente a las escaleras. “A comer. Vamos. A comer”, y sorprende su quietud. No he entendido aún la comunicación entre sapiens, menos entre especies. “Si no queréis comer es vuestro problema”, empiezo mi perorata, “yo voy a desayunar”, y continúo hablando -solo- de esa manera extraña en que uno habla cuando habla con animales. Saco el pan, busco en la nevera, lleno la cafetera; y los cabezones siguen mirándome, inamovibles, torciendo la cabeza en ese gesto tan perruno, tan inocente, tan irresistible.
Salimos a la calle sin desayunar. Caminan con la ilusión del primer día, adanistas. Huelen la esquina de ayer como si fuera otra; gruñen joviales a los gatos del callejón, los mismos de ayer; se asustan con la moto que pasa demasiado rápido, igual que ayer.
Ahora escribo en el sofá, descalzo, sin camiseta, con la ventana abierta. El cielo azul con motas blancas parece un lienzo, parece que está cerca, que podría hacer un agujero y descubrir el otro lado. Cauca y Jambo me acercan el hocico a la pierna, lo posan, posan sus ojos en los míos; como si agradeciesen algo. Suena una música suave, envolvente, que dice YouTube que ayuda a escribir: un piano lento que pulsa cada tecla como si fuese la última, que pulsa, indirectamente, las mías; que también ayuda a dormir perros.
La casa está más sucia, pero me cuesta menos limpiar. Hay más pelos, pero la comida que resbala del plato no hace falta recogerla.
Hay momentos en que Cauca vuelve a asustarse, a alejarse, a envolverse en sí misma, a empequeñecerse, como si reconociese en mí una maldad primigenia, humana; como si viese en mí a aquel hombre con garrote con el que Buck, el perro protagonista de “La llamada de lo salvaje”, descubrió que el humano puede ser malvado.
17/07/2022
Se han comido el mando de la televisión y un pedazo de exprimidor. Se aburren en mi ausencia. Han sacado y esparcido la basura. Les grito que no, que qué hacen, y cosas así. Se asustan y se esconden. A los diez minutos están lamiéndome la cara en la cama, se duermen sobre mí. Es difícil enfadarse mucho rato con un perro.
Parece que, si bien no una conversación, si hay comunicación entre estos perros y este humano. Yo digo “¡no!”, cuando no quiero que se me suban, y ellos lo respetan, durante aproximadamente tres segundos. El ritmo de los noes debe ser constante o la comunicación se complica.
18/07/2022
Cauca es el nombre del departamento donde vivimos. Cauca es una tierra que se desangra en guerras difíciles de entender. Cauca, afortunadamente, también es un perro, atigrado. Cauca es una mezcolanza. No pertenece a ninguna raza reconocida; se intuyen muchas, es el perro mestizo final, un puzle racial.
Para mi sorpresa Cauca me obedece. La llamo a lo lejos y corre hasta mí. No así Jambo, que no respeta mi autoridad. Debe tener el síndrome del príncipe destronado. Como ese hermano mayor al que le cuelan un hermanito en casa.
Cauca y Jambo han alterado la vida de los gatos que viven en el callejón. Se miran al pasar, el gato los reta, bufa, los perros olisquean ilusos.
Cuando vuelvo a casa saltan, brincan, celebran. Si por ellos fuera nunca nos separaríamos. Los perros han debido ser muy felices durante la pandemia y el teletrabajo; no así los gatos que estarían deseando que acabase esa invasión de su territorio.
19/07/2022
Hoy vuelve Marta.
Un perro es un amor poco humano. Porque se entrega, sin artimañas. Los humanos amamos como los gatos: cuanto menos caso te hacen, más quieres ir a acariciar, más anhelas que se acerquen y se tumben un rato, un rato no más, contigo en el sofá. En cambio, estos lobos domésticos me esperan en la puerta del baño, de la habitación. Se tumban a mis pies cuando como, cuando trabajo, cuando leo. Me aplastan cuando veo una película, me besan sin parar, me miran con devoción; no sé si estoy a la altura.
No he visto a Cauca hacer pis. El primer día y medio seguro que no hizo pis. Creo que necesita intimidad y el metro escaso de correa no se la ofrecía. En una ocasión se puso en posición; esa sentadilla tan extraña que hacen las perras, y estuvo un buen rato. Para mi sorpresa el suelo estaba seco cuando se movió.
A partir del primer día y medio cuando empecé a soltarla en el parque no puedo garantizar los hábitos miccionales de Cauca, pero creo que sigue sin hacer pis. Cuando la veo en posición me acerco sigiloso, y cuando se levanta, como un inspector privado, busco indicios de que ahí se haya hecho pis; no los encuentro. Me preocupa que no haga pis. No quiero que se enferme ni que tenga dolor. Cuando tiene pesadillas la despierto con caricias. Creo que me estoy convirtiendo en padre.
¿Es por esto que muchas parejas adoptan perros antes de avanzar a mayores compromisos? ¿Son, acaso, una prueba de paternidad?
Creo que me he enamorado de Cauca. Como si en vez de yo a ella, estos días me haya cuidado ella a mí. Como si en vez de ser ella la adoptada, fuese yo. También me estoy enamorando del Cauca, el departamento. Y, claro, de Colombia.
Estos días, teniendo que estar pendiente de alguien más que de mí mismo, me he dado cuenta de lo independiente que soy (inflexible, me ha corregido una amiga).
Ahora, echando de menos a estos canes, sostengo, como aquel pensador decía del humano: nada de lo perruno me es ajeno.
Mudez canina ante este texto. Kenzo en mi pecho!
A cauca del viaje de Marta, Cauca es ahora la cauca del descubrimiento del amor.