23/08/2022
Hace unos días se cayó el pañuelo que teníamos colgado en el salón, un pañuelo/fular que Carmen solía enrollar en su cuello y que ahora había donado a la casa para darle color y alegría. Sin él la habitación parece más pequeña, más fea. Me horroriza. Compro cinta y vuelvo a colgarlo de inmediato, pienso azarado. No soporto la habitación sin ese pañuelo.
Me fui un par de días de viaje y cuando volví el cuarto estaba bien, igual que antes; sin el pañuelo colgado, pero bien, igual que antes. Podía vivir sin él.
Últimamente todo es la misma metáfora, lo mismo.
“Hace frío sin ti, pero se vive”, decía el poeta salvadoreño. Creo que se refería al pañuelo.
29/08/2022
Bogotá es caótica.
Bogotá es como el borracho de aquella historia que busca sus llaves bajo una farola, aunque las ha perdido lejos de allí. Cuando le preguntan al borracho por qué no las busca donde las perdió, contesta: “aquí hay más luz”.
En Bogotá buscan las llaves donde hay luz.
En Bogotá hay trancones, y mucha gente guapa. En Bogotá llueve, y sale el sol, y llueve, y hace calor, y al poquito hace frío. Vaya lío Bogotá. Si no te gusta el clima de Bogotá, leí en algún sitio, no te preocupes, en cinco minutos cambia.
Bogotá es gris.
Bogotá es un restaurante con lista de espera, no cabe nadie: “imposible”, te dicen si llamas a reservar. Bogotá, en algunos barrios, es Bruselas, o Madrid: croissant de desayuno, vegano para el almuerzo, griego a la hora cenar. Bogotá, como Bruselas o Madrid, peca de pretenciosa: te quieren servir la sal resbalando por el brazo, golpeando con el codo, como ese turco extravagante y robótico.
Bogotá es petulante.
Bogotá tiene muchas librerías, nuevas y viejas. Y muchas bicis, también de muchas edades. El índice más importante de desarrollo de un país debería ser ese: bicis y libros per cápita. ¿Soy un hípster?
Bogotá es caótica, gris, petulante, pero no tanto.
El taxi que me lleva al aeropuerto tiene cuatro espejos retrovisores en la luna, más los dos laterales. “Por seguridad”, dice el taxista. Imposible no mirar lo que dejo atrás.
01/09/2022
Cada vez que subo a un autobús hago una amiga. “Siéntate aquí”, me dice la señora con la que crucé unos comentarios en la cola, “así hablamos y se hace más rápido”. Lala tiene unos 60 años y me cañonea a preguntas. Antes de salir del pueblo ya sabe a dónde voy, cómo y por qué. “Si ganas tienes que dar las gracias a tus padres por tu educación, bueno, primero a Dios…”.
No le importa que no crea en Dios. Su hermano es profesor de universidad en Bogotá, es muy muy listo y tampoco cree en Dios. “Le gustan el ajedrez y cosas así”, dice como quien no entiende. “Bueno, entonces a Dios no puedes decir. Di gracias a la vida. Y tómate un güisqui antes si estás nervioso”.
La carretera parece el Mario Bros: dos carriles, dos sentidos y tres filas: cruces, recruces, motos, bicis, camiones, camionetas, camionetillas; hay tantos tipos y formas de vehículos. No entiendo de coches. ¿Qué prefieres un coche japonés o un coche rojo?, podría preguntar en una reunión de automovilistas.
Lala me cuenta que antes las funerarias pagaban a quien les avisase primero para llevarse los cadáveres. “Un amigo trabajaba de eso y a veces tenía que apretar el gatillo. La gente tardaba mucho en morirse”, dice Christine Lagarde a la colombiana.
A mitad de viaje me disculpo y me pongo los cascos. Lala mira aburrida por la ventana.
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Hace dos semanas, en el trayecto Buenaventura-Cali, en una buseta mortificante conocí a Rosa. Rosa tiene 85 años y cáncer de pecho. Es de Medellín, pero vive hace décadas en Buenaventura. “Aquí se amaña mejor”, dice. También dice que la Virgen de Guadalupe la protege, y que va aquí en medio, entre nosotros. “Con razón vamos tan apretados”, bromeo. Y se sonríe, y me muestra los pocos dientes que le quedan. Lleva un pañuelo en la cabeza del que asoman dos cejas en retirada. No le queda pelo; también se le ha acabado el sueño: “el sueño se termina cuando te haces mayor”, dice sujetando el bolso sobre sus rodillas, de esa manera que las abuelas sujetan bolsos en rodillas. Lleva tres días sin dormir. Por la noche habla con Dios y con la Virgen, charlan: “pero no los oigo como a ti ahora”, dice anticipatoria.
Le queda la última sesión de quimioterapia. No tiene miedo. Agarra mis manos y “que se cuide, que se cuide mucho”, me dice al despedirnos.
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A Sofía la conocí en Yurumanguí, y completa el triángulo de simpatía.
Sofía tiene autismo, veintiún años, y va por el pueblo aleteando las manos, hablando al viento y abrazando a quien se deje. Me dejo. Me abraza largo, fuerte, se cuelga del cuello. Le abrazo de vuelta, me acuerdo de mi primita, que también manotea, le abrazo más fuerte. Sofía me mira lozana, sonriente; se marcha satisfecha.
02/09/2022
Amanece en la ciudad infinita, Ciudad de México. Anoche llegué, mañana me marcho. “Visita de doctor”, lo llama la madre de mi amigo. “Te gusta andar de pata perro”, dice la hermana.
Foto: @marina_sardina
Me he visto en otro asiento del autobús mirando mientras hablabas con Lala y con Rosa. Con tanto ruido no alcanza a oír las conversaciones así que gracias por contármelas
Hace poco pensé y también pregunté por tu prima. Qué coincidencia!
Me gusta seguir tus pasos, sigue compartiendolos y sigue haciendome soñar!
Salud (aunque la tienes toda)