Diario del trópico XIII
20/09/2022
Voy a sacar el vuelo para volver a España, preferiría chasquear los dedos y aparecer en casa, en alguna casa, que diría Calamaro. Besar a mi madre y caer sobre la almohada de mi habitación, que huele a infancia, la habitación donde más niño fui y seré. Bajar dos pisos a casa de mi abuela donde, estando, ya no está, y agarrar su mano manchada de años.
***
En el aeropuerto de Lima, hace tres o cuatro años, buscando un lugar donde cargar mi teléfono terminé en el baño. Quedaban más de cinco horas para el vuelo y no me dejaban cruzar el control de seguridad. Era de madrugada, apenas pasado medianoche. En Lima no tenía habitación, tampoco mucho dinero para sentarme en algún bar a esperar. Estaba atrapado entre la ciudad y el aeropuerto, en el limbo entre la vida real, la que sucede en las calles, y la vida en pausa, la que sucede -o no sucede- en las puertas de embarque y las salas de espera. En el baño, único lugar con enchufe, conocí a un muchacho, Paul.
Paul volaba a otra capital, creo, diría que a Bogotá. Paul andaba nervioso y por eso, supongo, empezamos a hablar. Los aeropuertos son lugares de intimidad, también con extraños; es posible que no vuelvas a ver a la persona con la que compartes espera y/o vuelo, así que por qué no vaciar tus miedos e inquietudes: “y si el avión se estrella y no he dicho a nadie que…”, “y si el avión se cae y nunca me atreví a dejar a…”. La iglesia, si tuviera algo de vanguardista, pondría unos confesionarios en las puertas de embarque.
Paul viajaba a recuperar un amor, uno de los motivos más legítimos para viajar (o su contrario: escapar de un amor. El mundo está lleno de viajeros/as con el corazón en dudoso estado), un amor que se había ido a otra ciudad. Ella no sabía que él iba a su encuentro. Él pensaba ir a su casa o a su trabajo, no recuerdo, a decirle lo que dicen los enamorados, que no sé exactamente qué es, pero podría ser algo como lo que dice esa pared en Instagram: “te amo tanto q si te vas con otro me voy con ustedes”.
21/09/2022
“Un viejo que leía novelas de amor”, novela de Luis Sepúlveda, y favorita de un buen amigo, es un libro escrito para leerse en septiembre, con el verano en jaque y el otoño en ciernes.
Ayer alguien hizo un fuego para despedir el estío. Quemaron neumáticos, creo, cientos de neumáticos. Y ayer, último día de verano, llovió negro toda la tarde. Del cielo caía ceniza, se posaba en el pelo, en la ropa, en el suelo. Una capa oscura y silente. Hoy, primer día de otoño, profecía cumplida, amanece lloviendo duro. El agua limpia los excesos, desvelos, decepciones, y esperanzas irresueltas del verano, jaque mate, hasta la próxima. Menos mosquitos, menos pinchazos, menos vasos vacíos, menos quizás.
Cómo será un otoño en el trópico. “Yo siempre fui un adiós”, decía Yupanqui. Fuera ya no llueve, dentro gotea.
22/09/2022
Así como el martillo solo ve clavos, septiembre solo ve finales.
Foto: @celinemrcay