Diario del trópico XIV
“Todas las canciones hablan de mí”, la película de Jonás Trueba, empieza, a diferencia de tantas películas de amor, por el final, por el final de una relación; no hay chico conoce chica, ni viceversa; hay chica deja a chico. La vi el último noviembre, en Ámsterdam: un noviembre de anocheceres precoces, lluvias incansables, y restricciones en la hostelería. A las cinco de la tarde cerraban los bares y a las cinco de la tarde enfilaba -ya anocheciendo- el carril bici con unas cuantas pintas de cerveza en el sistema. Fue un mes de bastante trabajo, bastante aburrido, pero descubrí las comedias románticas, o las películas de amor, o las películas sobre amor. “Y tu mamá también”, “Brokeback Mountain”, “Todas las canciones hablan de mí”, la trilogía de Richard Linklater: “Antes de…”, “Antes de…”, Antes de…” y algunas otras que ya olvidé. Es curioso que recuerde de inmediato el nombre de ese director estadounidense, y ayer mismo, por ejemplo, no recordarse -mientras hablaba con un amigo- la palabra “aprensivo”, que tanto ha sido usada en mí contra. “La memoria es el perro más estúpido”, leí decir a Ray Loriga, “le tiras un palo y te trae cualquier cosa”.
Con este nuevo gusto -romance- por el cine de amor, que no ha hecho más que aumentar desde ese noviembre lejano, me decanto con mucha facilidad y frecuencia por dramedias, comedias románticas y demás animales legendarios.
Pongo una película de Jonás Trueba, la última que ha sacado, “Tenéis que venir a verla”, yo no lo recomendaría. No me interesan los personajes ni los diálogos ni la trama. Me aburre. Los cuatro coprotagonistas, las dos parejas que bebían vino y conversaban en Café Central después de un concierto de piano, salen del bar, se despiden y dos de ellos empiezan a caminar por Madrid. Aparece Jacinto Benavente, la plaza; aparecen, detrás, los cines Ideal. La película mejora: Madrid es un buen diálogo, Madrid es un personaje interesante, Madrid es una buena trama. Aparecen las obras, horrorosas, del Mercado de la Cebada, cerca de mi última casa en Madrid; aparece el teatro de La latina, donde ahora trabaja un amigo. Y aparecen y aparecen calles y esquinas familiares (familiares lejanos que ya no ves demasiado). Ahí vuelvo, Madrid. Una Shakira a la inversa.
Fiesta de despedida, fiesta de bienvenida, fiesta de despedida, fiesta de bienvenida. En el horizonte siempre hay una celebración, y yo ya soy un viejo cascarón. Los días de resaca me limitan demasiado: “¿Cuál es el antónimo de comerse el mundo?”, dicen en otra película, y así me siento cuando me paso con el licor.
29/09/2022
Volviendo en autobús desde la hacienda “El Paraíso” a Santander de Quilichao, un coche nos adelanta pitando, pitando, pitando, duro, seguido, pita, pita. Se pone delante y reduce la velocidad, sigue pitando. Bloquea al autobús. El bus frena. Hollywood, una vez más, se anticipa, como si mi instinto animal hubiera sido reemplazado por un instinto cinematográfico. Ya veo las armas, el robo, el secuestro. Sin embargo, esto no es Los Ángeles, es el Cauca: una señora, lozana, baja del asiento del copiloto con una cesta llena de verduras y sube parsimoniosa al autobús: “¿Santander?”, pregunta. El conductor asiente y ella se sienta. Seguimos.
La hacienda “El Paraíso” es el lugar donde se desarrolla gran parte de la novela “María”, de Jorge Isaacs, escritor vallecaucano del S. XIX. María y Efraín, primos hermanos, están locamente enamorados y entre rosales y poemas disfrutan el poco tiempo que tienen juntos. Él se va a estudiar lejos, ella se debe quedar en la hacienda. El lugar favorito de los tórtolos es lo que ahora se llama “la piedra del amor”, una piedra enorme desde la que se ve el Valle del Cauca, valle que, en época, pertenecía prácticamente entero al padre de Jorge Isaacs (Efraín en la novela). “A la piedra del amor puedes ir y pedir cualquier deseo, pero solo de amor, no vayas a pedir plata o viajes”, me dice el guía.
Al rato, paseando solo por la hacienda, me acerco a la piedra. Hay muchas inscripciones: David y Marta, Juan y Manuela, Carlos y Lucía y muchas frases de amor y amores raramente entendidos. La más realista: “deseo que seas mi último amor”.
30/09/2022
“¿Por qué eres tan feliz? ¿Por qué no tienes ojos para ver la tristeza, el dolor de la vida, el patio siempre oscuro bajo la lluvia? ¿Por qué eres tan feliz? ¿No estarás ciego?”, escribe Karmelo C. Irribarren, el poeta del otoño, los paraguas, los taxis: “Los taxis son como ciertos amigos, nunca están cuando más los necesitas”.
Contradiciendo a Karmelo: por suerte, a veces, estoy ciego, y consigo taxis a deshoras.