24/05/2023
Hace unas semanas estaba en una velada con una muchacha alegre y de sonrisa cómplice. Sentados en el suelo, un vino barato afilaba nuestro verbo. La conversación era un pan recién horneado, no queríamos que acabara. Solo, quizá, para comer el postre. Una tarde memorable, diría si me preguntasen.
Antes de que el sol buscase abrigo, la tarde hubo de torcerse. Un hombre de cráneo hosco y pelo revuelto interrumpió nuestro frenesí lingüístico con supina altanería. Gruñidos y frases ilegibles, mirada enfebrecida, puño en alto.
Mi reacción, de la cual no guardo orgullo, terminó con el hombre en el suelo. Yo, sobre él. Mis manos, como dos grandes castigos, abofeteaban la cara de aquel repentino enemigo. Su cara, antes del primer golpe, se convirtió en un libro. Mis tortas descontroladas y violentas no encontraban carne, encontraban páginas, y las pasaban al viento. Así, manoteando páginas, con rabia y poco tino, golpeé al hombre con cara de libro hasta que desperté sobre estimulado.
¿Por qué la tarde de vino y belleza había terminado en golpes? Cuando me repuse, le conté el sueño a una amiga. “Está claro. Eres tú queriendo dominar la literatura”, o algo así, dijo con la lucidez artística que la caracteriza. Al tiempo, me regaló este dibujo.
Podría intentar una radiografía del sueño, pero las conclusiones oníricas de Freud se me hacen tan poco digeribles como las salchichas que cenan en su Austria natal. Para hacer más digeribles los saberes, deberían explicarse a través de la comida. ¿Cómo? Ni idea. Fish and chips empirista. Cerveza negra kantiana. Jamón de Guijuelo orteguiano. Tallarines confucianos. Souvlaki aristotélico. Ratatouille sartriano. Risotto gramsciano.
Vuelvo al sueño. El vino barato por la precariedad. La muchacha sonriente por la melancolía. La literatura encarnada en un hombre hosco y despeinado por el miedo, la inseguridad, la presunta incapacidad. “No se puede correr y atarse los cordones a la vez”, dicen los que no han tenido tiempo de organizarse. En esto de escribir, siento que troto con los cordones desatados y que caerme es cuestión de tiempo.
He disfrutado leyendo lo que has escrito aquí. Gracias
Qué bonita prosa