4/12/2022
La apabullante realidad vence a la poética. El Diario azteca, que no es tal (es puro marketing), será Diario maya hasta que se demuestre lo contrario, hasta que salga del territorio maya. Desgañitarme cantando Estadio azteca, de Calamaro, me animó a obviar la realidad. El solo de guitarra que empieza en el minuto 2:37 podría convencerme de llamar Diario azteca a una ruta por Afganistán.
5/12/2022
En la iglesia de Valladolid, Yucatán hay 18 pecadores demostrados. Bien juntitos en los bancos, a seis por banco, van ocupando el puesto que se libera según avanza la fila. Se abre la puerta del confesionario, una verja bajo un arco de piedra, sale un vallisoletano redimido y el mecanismo se activa: el que ocupaba la primera posición se levanta y cruza el umbral de lo ignoto, los demás, en riguroso silencio, arrastran unos centímetros sus culos hasta su nuevo lugar. Sobre el arco que deben atravesar para confesarse, cuelgan unas recomendaciones: “Se breve en la confesión. No se demore más de cinco minutos”, reza la primera. “En la medida de lo posible traer escritos los pecados o hacer bien el examen de conciencia antes de estar con el sacerdote”, dice la segunda. “Lo esencial de la confesión es decir los pecados en especie y número”, se lee en la tercera. En este afán de economizar quizá hayan retirado los prolegómenos innecesarios de avemaríapurísima y sinpecadoconcebida y vayan directos al tema: desear la muerte del vendedor de gelatinas que me despierta de la siesta: dos veces; yacer con mi esposa: una vez, lamentablemente; escaquearme en el trabajo: cinco veces. “Si necesita un consejo, pregunte con claridad al sacerdote. No le cuente más de lo necesario”, dice la cuarta recomendación de la lista, y no puedo evitar pensar en la cantidad de oprobios y saturnales que se habrán rememorado entre estas paredes. “Su brevedad ayuda a la seguridad, pero también a que muchas otras personas también puedan confesarse”, dice la última recomendación. Ni a Dios le da vida para atender las ocupaciones del día a día.
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En las plazas de Valladolid, que antes se llamaba Zaci, “gavilán blanco” en maya, hay unos asientos diseñados para la charla. En vez de los clásicos bancos donde las personas se sientan mirando al mismo punto, estos asientos están enfrentados; unidos por uno de los brazos cruzan las miradas a poco más de un metro de los allí sentados. Dicen que fue un mandatario el que ordenó construirlos, para que su hija y su enamorado no aprovechasen la inocente cercanía de un banco para ningún menester ajeno a la conversación.
Si los bancos son la charla carnal, intermitente y trastornada de los bares, estos asientos enfrentados son los podcast, conversaciones fluidas donde se practica el noble arte de la escucha, de la pregunta y de hablar cuando es tu turno.
Hallándome sentado en una de estas banquetas, sin más interlocución que la apabullante ovación de los pericos a los turistas devora helados, se acomodó, en la contraparte de mi asiento, un señor bajito con un cuaderno en la mano. “¿Hablas español? ¿Cómo puedo diferenciar cuando usar “used to” para decir que estoy acostumbrado a algo o para decir que solía hacer algo?, me dijo inclinándose hacia mí con interés de infante. Cada una de mis preguntas para intentar entender qué hacía y por qué, encontraban una respuesta rápida y una repregunta enfocada al inglés: “Entonces, puedo decir: My grandaughter is used to me taking care of her?”. Lorenzo, su nombre si pude averiguarlo, no iba a contarme mucho hasta que sus dudas no estuvieran satisfechas. Colmé las más que pude y esperé mi turno.
Lorenzo tiene 61 años, es maya, natural de Campeche y viene todas las tardes a la plaza a aprender inglés. Lorenzo es profesor de matemáticas jubilado, de joven tuvo que elegir entre los números y los idiomas y se quiere sacar la espina. Desde hace un año viene a la plaza, se sienta frente a alguno de los muchos extranjeros y los convierte en profesores improvisados de su hercúlea tarea. “Quiero seguir aprendiendo, quiero demostrarme que puedo. Y también quiero poder ayudar a mis nietos si necesitan aprender inglés”. Su mujer no entiende su nueva obsesión: “a veces estudio varias horas en casa y mi mujer se molesta. Incluso algunas tardes me pone problemas para venir a la plaza”. Lorenzo tiene tres cuadernos llenos de frases sueltas, expresiones y vocabulario, también hay cientos de dedicatorias de los gringos que han pasado por esta plaza y se han sentado un rato con él. La mayoría de dedicatorias son agradecimientos: gracias por tu cariño; haces el mundo un poquito mejor; personas como tú me hacen creer en la humanidad, y cosas del estilo. Lorenzo, no cabe duda, se hace querer.
“Son las siete y media, tengo que ir a casa”, dice. Cambiamos teléfonos y nos convocamos para otra charla.
Por la noche, las calles de Valladolid son oscuras, las farolas tenues, el cielo a la vista. Camino al hospedaje pensando en Lorenzo y en esa palabra maya que me ha enseñado: nuet hana (así es como suena, no sabía escribirlo), que significa amigo y quiere decir “el que come conmigo”. Lorenzo hace bueno aquello de “no he venido a este mundo para compartir el odio sino el amor”.
😂😂 Los consejos más divertidos que he oído para los confesos. Falta "peca rápido y agiliza desde el origen". Abrazos, Juanjo.
Tú has venido al mundo para lo mismo que Lorenzo.
Te quiero