15/02/2023
El zapatismo tuvo su auge años atrás. El que fue vocero del movimiento, el Subcomandante Insurgente Marcos, murió y resucitó como el Subcomandante Insurgente Galeano, otro de sus compañeros asesinados, el subcomandante abraza la narrativa, más tarde desapareció de la primera plana. Hay quien dice que fue enviado por el gobierno mexicano a una isla y rodeado de todos los lujos posibles para que dejase de abatir enemigos con su bala, su bala de lengua, dientes y saliva. Desconocemos su paradero, pero lo más probable es que siga viviendo entre las montañas chiapanecas, rodeado de su gente, de la gente del "color de la tierra", la gente que camina y camina y camina.
Las palabras del Subcomandante rebotan en las paredes de San Cristóbal de las Casas. El zapatismo no tiene la fuerza y visibilidad de aquellos días, sin embargo, su eco aún se escucha entre los cerros del sureste mexicano. Los zapatistas dicen que "caminando es como el mundo se vive". Este caminar quizá esté en su etapa de barbecho, de repliegue. Después de su golpe armado, el primero de enero de 1994, y posterior organización entorno a un discurso que viajó por los siete mares: "mandar obedeciendo, construir sin destruir, representar y no suplantar…" y se atoró en las gargantas de tantos que también creían que había que "construir un mundo donde entrasen todos los mundos", hoy las comunidades zapatistas siguen caminando, caminan en silencio, como caminan los segundos al caer la noche, imperceptibles. Este caminar es uno de los murmullos que atraviesan los altos de Chiapas.
Por avatares del camino, hace unos días me invitaron a un cumpleaños en una comunidad tzotzil (indígenas que pueblan estas zonas). "Va a haber zapatistas", me dijo la persona que me invitó. Lejos de un cumpleaños con caras cubiertas, rifles en bandolera y estrellas rojas decorando todo (haberlas las había), la fiesta fue un encuentro de familias: niños, mujeres y viejos compartieron mesa, pastel y canciones. El zapatismo es un movimiento de la comunidad, no (solo) un ejército.
Cuando el día perdía fuerza y la oscuridad cubría uno de los horizontes, se acercó un hombre alto, de mirada larga y cabello níveo. Se despidió con un apretón de manos firme, como las garras de un jaguar, y un susurro: "seguimos caminando".
Podía ser la voz del Subcomandante Marcos, o la del Subcomandante Moisés. Los zapatistas se cubrieron el rostro para que su rostro contase. Si este hombre se hubiera acercado con pasamontañas, ¿lo habría reconocido?
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Ayer, después de un día de emociones menguantes, salí a recorrer las esquinas de San Cristóbal. Ante los embates del camino, he reafirmado en Chiapas, solo queda seguir caminando.
Los pies se mueven sin permiso, esquivan carros, charcos y vendedores. Los ojos, que tampoco siguen órdenes, se clavan en un cartel: "LIBROS". Un garaje abierto ofrece una centena de libros. "¿Tiene algo del Subcomandante Marcos?", pregunto al señor de gorro ladino y camisa abierta que habita el garaje. "No, pero puedes ir a (...) y puedes hacer (...) y yo una vez (...) y el Subcomandante (...) y los indígenas chamulas (...) y la globalización (...) y jajaja (...) y qué haces por aquí (...) y deberías contactar con (...) y vuelve pronto a saludar...". Conversamos el tiempo que las piernas aguantan quietas sin dolores. "Voy a seguir paseando. Me acerco en estos días a saludarle", dije. Nos despedimos. El hombre de gorro ladino y camisa abierta (en estas tierras los nombres siempre sobran) me acompañó hasta la puerta y desde el umbral, mientras yo cruzaba la carretera, dijo: "buen camino". Me giré para sonreír, pero un autobús frenó delante de la tienda. Ya no veía el gorro ladino, ni la camisa abierta, la cueva de libros y confidencias se había ocultado. En San Cristóbal, en apariencia, no pasa nada, pero los caminos siguen abriéndose.
16/02/2023
Un griego pulía tanto sus esculturas que acababa con ellas. Quedaban en nada. Es un argumento valioso contra la perfección. En una entrevista que hice al escritor Jesús R. Delgado (vayan a comprar (y leer) “Una cama inhabitada” si quieren disfrutar de unas horas de buena prosa y misterio guiadas por la detective Beatriz Almansa, la Pepe Carvallo del cantábrico), le pregunté que cuántas veces corregía sus novelas, y contestó con agudeza: “yo creo que podría corregir cada vez que leo”, con agudeza de aforista: “pero hay que saber aceptarse, y parar”.
Si tus planteamientos no caben en una frase no están bien elaborados, diría un amante de los aforismos.
Hay que saber aceptarse, me repito.
Maravillosa pieza periodística , Juanjo. Las últimas noticias sobre los zapatistas con la emocionante, humana óptica del cronista. Gracias por la mención, por cierto. Impagable. Seguimos caminando contigo.