Diario maya VI
24/01/2023
La habitación más barata de Bacalar cuesta 16 euros. Es una habitación compartida con seis camas. El salario mínimo mexicano, que acaba de subir, son diez euros al día. Un café en Tulum cuesta tres euros, el café no levanta un palmo del suelo. La laguna de Bacalar está, casi, rodeada de restaurantes y hoteles que limitan el acceso. Si quieres pasar tienes que consumir, si quieres bañarte en la laguna tómate una Coca-Cola (quedan tres muelles pequeños donde se puede acceder sin pagar y ahí nos amontonamos como leones marinos en las rocas). La playa en Tulum es pública, pero muchos de sus accesos están igualmente copados por negocios. Los cenotes, agujeros de agua milenarios, tienen una valla alrededor: si quieres entrar, échale unas monedas.
No entiendo cómo todavía no ha habido un secuestro masivo de turistas. No entiendo cómo no hay un comando popular de liberación de tierras turísticas. Con el salario mínimo de México no puedes conocer México, ¿les hemos robado el país?
“Sí, soy mexicano, pero no vuelvo a serlo”, dice Villoro a través de un personaje en una de sus novelas. "Sí, soy turista, pero no vuelvo a serlo", pienso y descarto al mismo tiempo. No hay nada fuera del sistema. Estar fuera del sistema es una imposibilidad.
25/01/2023
Ya van dos lunas en Yucatán. Un viaje de dos lunas. Un tercio del camino. Cuatro lunas delante. Cuatro nuevas, de mal sueño; cuatro llenas, de arrebatos.
Pienso en seguir a Chiapas, salir de la península, saltar Campeche.
26/01/2023
En los hostales se juntan las extravagancias de tantos países. Un francés antirrepublicano que reniega de la revolución francesa. Un noruego septuagenario que desayuna cigarros y cerveza. Una belga contemplativa que carga unas cartas del oráculo. Un argentino peronista que habla de Borges y Piglia. Una inglesa estirada que duerme con cascos y antifaz. Un alemán corpulento que escribe guiones de podcast. Un español voyerista que los mira con atención.
Si no encuentras historias aquí, estás ciego.
27/01/2023
El argentino peronista se llama Martín y es un tipazo. Hablamos de los de allá: Piglia, Borges, Argos, Maradona, Caparrós, Guerriero, Che, Messi, Evita, Spinetta, Sábato, Luppi, Piazzola. Y de los de otros allás: Sabina, Linera, Linklater, Benedetti, Dussel, Don Ramón, Chao, Fuentes.
La vida es un cuento de Borges que se bifurca. La vida es un cuento de Borges, lo vuelvo y vuelvo a leer, pero no lo entiendo.
***.
El autobús está destartalado y vacío. La segunda, supongo, consecuencia de la primera. El conductor, de unos veinticinco años, y el único pasajero, de otros veinticinco, se bajan a desdoblar las piernas.
Diez horas después llegamos a Palenque. De la tercera fila, a la última. De la última, cuando el plástico que sustituía la ventana cayó, a la antepenúltima. De ahí, a la medianía del vehículo. Me agosté en muchos rincones del autobús. Funambulista del sueño, sonámbulo entre los cambios de asiento, llegué a Palenque al amanecer, despierto, fresco, agotado.
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Hasta que me den las llaves de la casa, me refugio en la biblioteca, guerrilla viva de tantas ciudades. La biblioteca no pide dinero. La biblioteca no mira etiquetas. La biblioteca solo quiere una firma, un testimonio para justificar su existencia. A cambio da Internet y luz y baño y ventilador y revistas y el diario de Pavese: "sucede que yo me he vuelto un hombre cuando he aprendido a estar solo; otros, cuando han sentido la necesidad de compañía", dice un 22 de febrero. Si aprendió a estar solo en invierno, aprendió bien.
Una mariposa vuela entre las estanterías como si polinizase la literatura. Engrosa las filas de la guerrilla del sujeto, verbo y predicado. Eso es una biblioteca: un elemento ajeno, una excepción, una anomalía hermosa. La poesía, la belleza, son aguas profundas, allí no hago pie.