3/2/23
No suelo sentarme a pensar. Los ratos vacíos, que son muchos, los lleno con podcast, toneladas ingentes de podcast, clases y entrevistas. También llenan el vacío los libros y las revistas. Desde que estoy en Palenque paso las tardes en la biblioteca, la biblioteca peor iluminada y más sofocante en la que nunca he estado. Me cuesta concentrarme en leer algo largo, leo artículos de Letras Libres y Nexos. No sé dónde acaba toda esta información torrentosa. Sé que algo permea, fermenta, porque cuando paso unos días así, dedicado a escuchar y leer a gente que dice y escribe cosas que antes no sabía, me sorprendo hilando un par de ideas. Incluso, a veces, me siento y pienso. Lo noto, también, porque tengo cosas que decir. Aunque no tenga a quien decírselas. Quedarse callado con cosas que decir es un ejercicio tenaz.
“Aquel que tiene mucho que proclamar un día, debe de guardarse mucho en silencio. Aquel que tenga que lanzar un rayo algún día, debe ser, por mucho tiempo, una nube”, son palabras de Nietzsche, escucho decir. Y lo creo. Todo lo que sé de Nietzsche lo sé porque otros lo han dicho. Todo lo que sé de muchas cosas lo sé así, porque otros lo han dicho. Uno habla de la gravedad, y me lo creo. Otro habla de física cuántica, y, aun perplejo, me lo creo.
Hablan del deber ser, de Platón, de cine, de neurociencia, de Marco Aurelio. Escriben del lenguaje y su relación con la bioética, de reyes aztecas y conquistadores, de la 4T, del estoicismo y la vejez.
Lo que más me ha gustado: hablaban de “el deber moral de ser inteligentes”.
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Veo en Instagram que es viernes, y las gentes salen y festejan. A las diez estaré en la cama. Un frente frío golpea el trópico. Las ciudades tropicales no saben comportarse cuando llega el frío. Se mete por debajo de las puertas. Las mosquiteras no pueden frenarlo. A falta de gorros, las gorras cubren las cabezas del viento. Las nubes anuncian algo, pero no entiendo el lenguaje de las nubes.
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Ayer descubrí que debajo de casa venden un postre de limón y galleta. Maldita la hora. Por suerte, esta mañana gasté mis ultimas monedas en comprar leche y ya son las seis de la tarde y todavía no he sucumbido al todopoderoso azúcar. Voy a sacar dinero y cenar tacos. Hay tacos de seso, de lengua, de barriga, de ojo. Si de lo que se come se cría, voy a pedir tacos de calma. Luego compraré el postre de limón y galleta, sí, sé que lo compraré. La muchacha que los vende se ríe cuando hablo, da igual lo que diga, se ríe. Me encanta el público entregado. Por 25 pesos me llevo un subidón de azúcar y un subidón de autoestima.
6/2/23
En la camioneta que iba hacia las cascadas, una niña decidió compartir su yogurt liquido conmigo. Muy tierna la niña. Si no fuera porque su generosidad llegó una vez se había bebido el yogurt. La fuente de fresa broto de sus cachetes carnosos e hizo una parábola perfecta hasta mi pie, mi pantalón, mi mochila. A punto estuve de meterle un plátano que tenía entre manos en la boca para cerrar la fuga, pero ni mis reflejos ni mi malicia son tales. La madre redirigió el segundo intento de bautismo frutal hacia la parte trasera del vehículo, la camioneta era abierta, afortunadamente. La niña abría los ojos perpleja a cada embate de su esófago. Una vez expulsado el mal, se durmió.
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Ya es tarde. Mañana salgo a San Cristóbal de las Casas.
7/2/23
Hay dos formas de llegar de Palenque a San Cristóbal. El autobús nocturno que toman los extranjeros y que rodea por Tabasco, llega a la capital chiapaneca, Tuxla Rodríguez, y alcanza San Cristóbal. O la ruta corta que atraviesa las montañas y el corazón del estado: mitad de tiempo, mitad de precio. Dicen que la ruta corta es peligrosa, que hay cortes de carretera de las comunidades indígenas, que hay robos y asaltos, que hay un jaguar bicéfalo que se come a los turistas. Me subo a la buseta. Llegamos sin contratiempo a Ocosingo, mitad de camino, ciudad que fue tomada por los zapatistas en 1994.
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Llegamos a SanCris, ciudad que duerme entre montañas y ecos de rebeldía.
Hace alrededor de 40 años anduve cerca de allí, con busetas y vaticinios de asaltos que no se cumplieron. San Cristóbal era entonces el refugio de las comunidades guatemaltecas perseguidas por las huestes de Ríos Montt, el dictadorzuelo de turno. Imagino que otras muchas cosas habrán cambiado para bien y situaciones nefastas han encontrado remedio. Lo de ser goloso y caer en la tentación una y otra vez ya te digo que no lo tiene.
Como la muchacha que vende el postre ...
Me rio cuando hablas y te lo contagio 🥰