Su último mensaje tardó unas semanas en llegar. Iba a venir a Madrid, después de tanto tiempo. Y le dije que ya no me importaba parecer un imbécil, un crío, un mal tipo. Que disimular y simular saber qué estoy haciendo es agotador.
Quería que vinieras, quería verte, con la nítida intención de sacarte de mi cabeza. Y eso pasa por sentarme a tu lado y decirte la verdad. Cada tanto pienso en ti, y en qué dirían tus besos si los beso. Cada seis semanas pienso en ti, ponle que cada dos meses. “No es mucho ni es poco es bastante”. Seis veces al año. Aparte de lo vital, pocas cosas hago tantas veces al año como pensarte. Quizá eres tan necesaria como las estaciones. Quizá eres el final del otoño.
Te guardo, a ti y a la esperanza de que vuelvas, con misteriosa lealtad, de la misma manera que un poeta guarda mariposas en sus bolsillos y un panadero prende el horno de madrugada. Como si todo este vagabundeo fuese solo una preparación para reencontrarme contigo, más viejo, más listo, más experimentado. Como si todos los besos que estamos dando fuesen solo los preliminares del que tenemos pendiente. Como si el arte de amar llevase todos estos años y no pudiésemos vernos hasta dominarlo. Como si hubiera una fecha en el calendario para subirnos a un tren y encontrarnos a medio camino de mis dudas y tu ausencia, y ahí mismo, en ese kilómetro partido, retomar la historia que dejamos entre mi buhardilla de Lavapiés y tu casa en Santa María de la Cabeza. “Todavía te haría/ princesa de Santa María/ reina de mi quinto piso/ y las calles vacías”, te cantaba. Y tú me explicabas el cine francés y las novelas rusas. Y yo leía los periódicos todas las tardes para poder conversar contigo. Y te mordía los mofletes en la cuesta de Moyano y como los verbos bailan, lo sigo haciendo. Tu forma de liar cigarrillos y tu forma de ponerte los pantalones al salir de la cama se cruzan y es que pasamos tanto tiempo desnudos que no entiendo cómo no pudiste ver dentro de mí, cómo no pude yo ver dentro de ti. Recuerdo la tarde en que algo se rompió, por culpa de un error que no llegué a cometer. Y llegaron el éxodo y los viajes. Y una llamada que deshizo mi teléfono en cien pedazos. Y tu foto en la pared, como un mausoleo. Y mil y una noches empalmando cuentos para evitar lo que pudo haberse evitado.
Espero, sí, espero, que algún día leas esto y también pienses que todo es un ensayo, un prólogo de nuestra vida juntos, que me digas que nunca nadie te volvió a enamorar de la manera torpe que yo lo hice.
Si mi vida fueran veinte historias de amor, tú serías diecinueve.
Algún día, espero pronto, leeremos también estas dieciocho publicadas en papel y (no sé si debidamente) remuneradas. Enhorabuena.
Qué bonito. Enhorabuena por tus letras. Me he asomado a ellas y me quedo. Poco se habla de pasiones y amores. De los cosquilleos que despiertan, de lo tontunos que nos hace sentir muchas veces ese aleteo en el estómago. Me encanta cómo los describes. Me quedo a ver cómo siguen.
Feliz domingo.