“Nunca vienes tan temprano”, dice la chica de la cafetería, la que antes nos ponía el café de las tres de la tarde. Es cierto, hoy vengo por la mañana, a primera hora, con mi ordenador a cuestas, mi vida a cuestas. “Ya no duermo con ella, por eso amanezco aquí”, pensé decirle, pero qué carajo le importa a ella.
Los camareros son los primeros en saber el devenir de las parejas. Igual que Amazon supo antes que una mujer embarazada que ella misma estaba embarazada, por sus búsquedas en Internet, así lo saben los camareros, porque nos vieron discutir, nos vieron lagrimear, nos vieron darnos un abrazo medio torcido en la última tarde de lluvia y jengibre. Y ahora no nos ven. Pueden pensar que estamos de vacaciones, sí, pero es cuestión de tiempo que se den cuenta de que no hay vacaciones tan largas, que lo que estamos es separados, lejos, desconocidos.
Ahora no nos decimos nada, es curioso, a ti te decía todo, hasta lo que desbordaba mi razón. Decías que te gustaba cómo pienso, pues pienso en ti, en esta cafetería en la que ya sospechan que tengo el corazón con grietas, con gritos. Cuando estoy mal pienso que todos pueden ver a través de mi cuerpecito, y que ven la negrura que palmotea mis órganos, una masa grasienta que entorpece el asunto celular, el asunto químico, el asunto de avanzar por los días, que están pringosos. Me quedo pegado en los días. Que se caiga el avión, pensé en un avión sobre Brasil. Morir en Brasil. Lejos de ti. Lejos del mundo.
con grietas, con gritos.
Buen texto con un brillante final. Claro que sí, avión estrellado en la inmensidad del puto Amazonas, a tomar por culo. 👏