Ahora voy a tener tiempo para leer, me digo. Tonto consuelo. Voy a perder el tiempo para todo lo demás. Además, no estoy de acuerdo en que la lectura cure nada. Más bien enferma. Y construye árboles de suspicacia y descontrol. ¿Son los que escriben, los que cantan, los que pintan, buenos asesores para nuestras emociones? Yo, que escribo, no creo que debiera ser leído por nadie. Para no contagiar las penas. Del mismo modo que no tendré hijos, para no legarles el genoma de la tragedia. Los inadaptados hacen buenos textos, los alcohólicos buenas canciones, los solitarios buenas pinturas, los tristes, los atormentados, los grandes infelices llenan los museos, las librerías, el Spotify. Y nosotros los escuchamos con misteriosa reverencia. Seguimos el rastro de los pasos perdidos, que solo puede llevarnos al mismo lugar: el no lugar, el de no saber dónde estás. Podría decirse que los artistas son dialécticamente inventados por nosotros, las mayorías, pero dudo, dudo, dudo: forman parte de nosotros, pero son los marginados, del margen, y quizá el arte debería ser sosegado, aburrido, lunes y martes, debería dormirse temprano, no irse a las guerras del ser, al abismo del yo, a meter la cabeza en el horno, a despedirse como un desgarro. El arte debería ser el que hagan los que están tranquilos. Novelas sin conflictos, películas sin engaños, canciones sin borracheras.
Es posible que no sea posible una novela sin conflictos. Si escribes algo, y lo desmenuzas, y lo miras quieto, fijo, y te lo metes en la boca el tiempo suficiente, tendrá un sabor, una forma que no habías visto cuando no mirabas. Ahora que lo miras con dos ojos atentos, que lo rodeas con la lengua, sorprendes significados, oscuridades, curvaturas. ¿Mirar algo con atención lo transforma o ya era así y simplemente no lo veíamos? La idea: escribir exagera, hace hipérbole, excede lo que sucede. Pero bien puede ser que en lo que sucede esté también lo que luego se escribe. Es decir: que realmente la mañana lloraba cuando me fui de su casa, y que la lluvia es el cielo cayéndose contra la tierra, contra mí. O no: salí de su casa, llovía, anduve mojado.
Solo siento la lluvia cayendo contra mí cuando la escribo, cuando la miro con atención. Si no, es puro agua. “Para comprender, me destruí”, dice Pessoa en el Libro del desasosiego. Escribo para entenderme, sí, quizá sería mejor no hacerlo, no entenderme, conformarme con no tener contornos, con no saber quién soy. Romper la brújula y el mapa. Dejar de buscar. Dejar de escribir. Cortar la cadena de desdicha.
La escritura, dice Barthes, es la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra. Y yo ya no quiero acostarme con nadie.
Qué bueno seguir leyéndote, Juanjo.
La idea de exceder lo que sucede, desmenuzar lo que sucede, escribir sobre cualquier hecho cotidiano y transformarlo en maravilloso o trágico, eso es un arte que solo lo saben hacer escritores como tú