Empieza por el principio. No empieces por los 12 minutos que tardas en llegar a su casa. Faltan muchos meses para eso. Primero: decide volver a Madrid después de seis años de viaje. Quédate en casa de tu hermana, en casa de un amigo, de otro amigo. Busca piso. Busca trabajo. Date cuenta de que nadie te va a contratar. De que no hay pisos en Madrid. De que estás deprimido. De que no has olvidado a la chica que te pidió un tiempo. Date cuenta de que el tiempo se debe haber acabado y nadie te avisó. Han pasado cuatro meses desde la última vez que la viste. Desde que te subiste al taxi y lanzaste un beso por la ventana. Una escena ridícula que fue la última juntos. Busca trabajo. Recibe diplomáticamente los rechazos. Piensa en incendiar todas las redacciones de Madrid. Asume que no sabes hacer nada de lo que hace un periodista. Asume que no quieres ser periodista. Confía. Sigue mandando mails. Céntrate en hacer ejercicio, en el psicólogo, en dejar de fumar. Céntrate en salir del ataúd emocional. Llora camino de la biblioteca, a las ocho de la mañana, en un puente de piedra que atraviesa un río pobrísimo. No tienes trabajo, pero eres estricto contigo mismo. Sigue madrugando y sigue llorando cada mañana en el estúpido puente. Acuérdate de ella sin mesura, desbórdate, no como ese río anémico. Llévate el ordenador para escribir tus pocos encargos. No pagas alquiler y sobrevives. ¿Qué harás luego? No lo pienses. Dedica toda la mañana a leer revistas. No trabajes y fuma en la puerta, fuma como si quisieras mandarle una señal de humo a la chica que se quedó en Colombia. Mira el cielo esperando respuesta. Nada. Ella no fuma. Apaga el cigarrillo y vuelve a casa. A la de tu hermana y su novio. Todo es blanco en esa casa. Parece un psiquiátrico. No llevas bien una casa tan limpia y una pareja tan feliz. Múdate a casa de tu amigo, el que fuma porros y se mete rayas los fines de semana. Sorpréndete teniendo la vida más ordenada que alguien. Disfruta su caos. Disfruta su compañía. Comparte el sufrimiento. Sal de fiesta. Drógate con él, con cualquiera que encuentres. Intenta recuperar la vida que tenías en Madrid antes de irte, hace seis años. Pasa unos meses intentándolo. Fracasa con estrépito. Siéntete solo, más solo, más. Constata que se te está cayendo el pelo de pura tristeza. Empieza a tomar pastillas. Busca cada día cuánto tardan en hacer efecto. La versión más optimista dice que tres meses. Maldice la ciencia capilar. Necesitas pelo ya. Necesitas dejar de estar triste. Apúntate a clases de teatro. Confirma que es la actividad extraescolar de los corazones rotos. Acuéstate con una chica de la escuela que te engaña con su edad. Dos veces. Acuéstate con una chica que toma antidepresivos. Una vez. Despiértate un buen día con 33 años y piensa en lo difícil que está siendo superar la primavera. Date cuenta de que has tocado fondo. De que no tienes ganas ni fuerzas ni esperanza. De que te da igual. De que no piensas en matarte, pero que no te importaría si esto acabase pronto. Sal de casa, intenta socializar. Queda con algunos amigos. Siente que no hablan el mismo idioma que tú. “Estás ensimismado y te crees mejor que los demás”, te dice una amiga. Siéntete molesto por su comentario, aunque estés seguro de ser mejor que los demás. Mejor que ellos. Mejor que ella. Busca nuevos amigos. Cómo se hace. No tienes ni idea. Hasta ahora era fácil, viajabas y escribías, la gente se acercaba a ti. ¿Ahora que eres? Sufre una crisis de identidad por esta idea. Si no eres un tipo que viajas y escribes no eres nadie. Cómo es posible ser nadie. Apúntate a un taller de escritura. Quizá ahí conozcas gente que hable tu idioma. No. Solo hay gente que quiere hablar de sí misma. Abandónalo en la segunda clase. Constata que no te interesan los cocainómanos ni los intelectuales ni sus intersecciones, que son habituales. Te interesa la gente rota, sí, eso es. Busca rotos y descosidos. Gente vulnerable que tiene serias dudas sobre cómo vivir.
Enciérrate en casa. Mira vídeos de YouTube. Muchos. De filosofía, de psicoanálisis, de meditación. Olvídalo todo. Lee libros de Carrère. Está totalmente trastornado. Reconócete en él. Saborea la pena de las tardes de verano. Sigue sin trabajo. Sin casa. Escribe un mensaje a una chica que conociste de casualidad en una librería. Pasa la noche hablando de libros, de política, de viajes. Disimula que no te interesan los libros, la política, los viajes. Descubre que te cae bien, muy bien, que ella tenía razón cuando te dijo que podríais ser buenos amigos. Conviértete en su mejor amigo. Premio al mejor amigo. Absurdo. Pero cierto. Pasa treinta tardes con ella. Un mes entero aprendiendo cómo es. Qué le gusta, qué hace. Háblale de la chica colombiana. Háblale de tu corazón de cocodrilo y de por qué la gente huye de él. Enumera tus traumas, tus miedos. Haz una larga lista de motivos por los que eres la peor persona del mundo. Emborráchate con ella. Acaba en su casa. En su cama. Dile que no se enamore de ti, que convertirás todo en un volcán de amor, y luego en un pueblito abrasado por ese mismo amor. Mira sus comisuras. Mira cómo sonríe. Mira cómo te dice que no, que no eres un cobarde, que eres un buen tipo. Duda. Duda de lo que te dice. Igualmente déjate llevar por sus palabras.
Vuelve a salir al mundo, de a poquito. Encuentra un bar donde desayunar cinco de cada siete mañanas. Donde leer el periódico. Donde besarte con tu amiga. Dile que estáis dejando de ser amigos, que sois otra cosa, que darse besos en el desayuno tiene otro nombre. Bésala en el bar cinco de cada siete mañanas. Nunca te gustó desayunar acompañado. Disfruta los desayunos con ella. No empieces a contarlos como haces siempre. No intuyas el final. No caves agujeros en los que caerte después. Suelta la pala. Suelta el miedo. Suéltate de ti, de la parte de ti que no te deja ser tú. Dile al psicólogo que estás mejor. Mentira. Déjala. Después de enamoraros hasta el último exponente, déjala. Di que no te atreves. Que saldrá mal. Pisa la hierba, nada crece después de ti.
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Sencillamente brillante
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