Hay dos tipos de personas, le digo abriendo la segunda botella de vino blanco. Las que se meten de un salto a la piscina y las que se mojan las articulaciones una a una. Las que van todos los días al supermercado y las que compran para toda la semana. Las que subrayan los libros y las que los protegen de cualquier rayadura. Las que bajan a la playa con tres bolsas y las que solo bajan la toalla. Las que nadan hasta lo profundo y las que chapotean en la orilla. Las que leen a los franceses y las que leen a los rusos. Las que prefieren votar a la izquierda y las que prefieren votar a la derecha. Las que se duchan por la mañana y las que se duchan por la noche. Las que lloran en lugares públicos y las que esperan a llegar a casa. Las que organizan viajes con detenimiento y las que van al aeropuerto sin saber qué moneda se usa en el destino. Las que llegan a tu casa y abren la nevera y las que se sientan educadamente como si llegasen a un palacio. Las que fuman y las que no fuman. Las que ven fútbol y las que no ven fútbol. Las que saben poemas de memoria y las que no. Las que saben ligar y las que aprenden poemas para ligar. Las que tienen claro quién son y las que se preguntaron de verdad quién son. Las que contestan al teléfono y las que hace años que no llaman. Las que miran el taxi cuando se va y las que arrancan sin mirar atrás. Las que se enamoran con cuatro besos, cinco camas y tres cafés y las que no. Las que creen que el sexo es sexo y las que creen que el sexo es otra cosa. Las que saben irse sin muchos aspavientos y las que dejan los recuerdos como si hubiera pasado un elefante. Las que besan primero y las que se dejan besar. Las que saben besar y las que no saben. Las que proponen planes inesperados y las que los rechazan. Las que quieren casarse y las que no. Las que quieren hijos y las que no. Las que te quieren y las que no. Las que buscan cualquier motivo para ser felices y las que apenas paladean esa palabra. Las que se van y las que se van. Las personas las hay de dos tipos, digo, para terminar, y las dos se van, porque vivir consiste en irse, en aprender a irse.
“Como casi todos fracasé sin hacer ruido”, dice Gianuzzi, y le digo yo hoy a ella en una calleja adoquinada de Nápoles, donde elaboro esta lista para intentar enamorarla, donde pretendo ser el tipo elocuente que no soy, donde todo podría estar a punto de salir mal. Sin embargo, sus ojos achinados, la segunda botella de vino blanco, su boca del Sinaí, su forma de agarrarme la mano al cruzar piazza Bellini, de decirme “mi amor” cuando la masturbo, cuando se corre, de abrir la ventana del hospedaje al Mediterráneo, de mostrarme un mar anciano desde la cama, de susurrarme que esta vez sí, que esté tranquilo, que la vida es dulce en demasía, que no escucharé el ruido del adiós. Que hay dos tipos de personas, las que están y las que no están.
Para apoyar esta newsletter, que quiere convertirse en algo más, suscríbete a la versión de pago: además de la columna literaria de los sábados, recibirás una entrevista a escritores los domingos. También crónicas y recomendaciones culturales. En el futuro próximo: podcast y una revista impresa.
¡Vaya! ¡Un final feliz!
Hay que estar. Me encuentro SIEMPRE en alguna de ambas posibilidades.