22/11/2022
La película me puso a prueba. Me levanté dos veces a pararla, para intentar entender qué estaba pasando. No soy entendido del antepenúltimo arte (creo que el séptimo ya no es el último). Hay películas que me estimulan y otras que no, eso es todo lo que sé. Esta lo hizo. Paré la película en dos ocasiones, me estaba perdiendo algo. El hilo investigativo de ese policía sombrío, Daniel Craig, en estado de brillantez se me escapaba, los detalles se me escapaban. Me levanté del sofá, en dos ocasiones, paseé por el salón, miré por la ventana (constaté que no hay nadie caminando por Palencia un lunes a medianoche), y golpeé el cristal con los dedos hasta que entendí lo que había pasado con esos frascos. Me gusta tener que parar películas. Me gusta parar y ver qué estoy entendiendo.
Ahora quiero parar y preguntarme: ¿qué coño estoy entendiendo de la vida? El alfarero dedica tiempo, esfuerzo, en aprender la técnica y adecuarla al material que quiere trabajar. El barro no tornará vasija tomando decisiones improvisadas, aleatorias. ¿Por qué tomarnos menos en serio el oficio de vivir que el de la alfarería?
¿Por qué presuponemos que vivir es fácil, que sabemos hacerlo, así, improvisando?
24/11/2022
El autobús a Madrid sale vacío -casi- de Palencia. La estación podría estar en Polonia: las ventanas del autobús son opacas y no entra la poca luz que le queda al día; árboles secos, árboles con hojas amarillas y marrones asoman detrás del muro. Nadie en la estación. El frío se anuncia. “Nos vamos para los madriles”, dice el conductor al que registra las salidas de la estación de Palenciagrado. De no ser por esas palabras en castellano, podría creer que la estación ha sido teletransportada a alguna pedanía de Varsovia.
“La última vez que vi Palencia fue desde el autobús”, escribo en el teléfono. “La última vez que vi Palencia” suena demasiado epopéyico. Como si no fuese a volver. Como si la muerte estuviese antes que la vuelta a Palencia. Volveré a ver la iglesia, la pasarela, la estación vieja, el cuartel, la rotonda, la rotonda, la rotonda. Volveré a ver al vecino, al camarero de pelo abirragado, al compañero de clase de hace 20 años; o quizá no, es lo complicado de las últimas veces: generalmente no sabes cuándo es la última vez. No supe que aquel era el último beso. No supe que aquella era la última calada de marihuana. No supe que aquel era el último botellón callejero. No supe que aquella era la última clase particular. No supe que aquella fue la última tarde con.
El autobús y el tren comparten salida, las estaciones son vecinas, luego cada vehículo toma su camino. Veo pasar la iglesia, la pasarela, la estación vieja, la rotonda, la rotonda, la rotonda. La última vez, por definición, no debería llamarse la última vez; con la salvedad de la muerte. No hay garantías, hasta que nos convirtamos en alimento de invertebrados (cadáver= carne dada verbis, carne dada a los gusanos), de que algo sea la última vez.
Lo que te queda por recorrer y lo que nos queda por leerte no tiene cerca un punto y final.
Las últimas veces rara vez avisan y es lo que nos mantiene medio cuerdos, lo que hace que sigamos intentándolo. De tener ese “manual de vida” que anticipe cualquier acontecimiento (sé que a ti te gustaría), esta misma perdería toda la gracia. Somos mejores en la ignorancia. Abracito, amigo. A.