Manifiesto de verano (por la holganza)
Ya hemos pasado el ecuador del año, nos dirigimos al trópico y antes de que acabes esa serie, termines esa novela, llames a ese amigo o te apuntes a esas clases de instrumento, habremos llegado al círculo polar, a las celebraciones fúnebres del 2022, a las exequias navideñas; estaremos alumbrando otro año, el 2023, que se extinguirá, de nuevo, en dos o tres proyectos y unas vacaciones. Urge cambiar la forma de medir el tiempo, de vivir la vida, la única. Vamos demasiado rápido.
Propongo meses de 60 días (manteniendo los días laborables), con veranos de 180 noches. Mayo florecería el doble, y los fines de semana de invierno serían puentes fastuosos con domingos lejanos y poco amenazantes.
Es cierto que, no pudiendo ralentizar la traslación de la tierra alrededor del sol, al poco tiempo todo dejaría de ser como lo conocemos. Febrero sería inusualmente cálido y marzo celebraría el día más largo del año. En junio haría frío, pues empezaba noviembre en el viejo calendario gregoriano. Y agosto, en el año 1 del nuevo calendario del milenio, llegaría anunciando la siguiente primavera.
La confusión sería mayúscula. Los meteorólogos cambiarían sus típicas muletillas de canículas en julio y fuertes nevadas en enero. Los adoradores del horóscopo reformularían sus robustas conclusiones y dejarían de creer que Aries nunca será buena pareja con Cáncer. Y gran parte del refranero tendría que actualizarse: “en agosto aguas mil” o “hasta el cuarenta de mayo no te quites las chanclas”.
El desastre parece garantizado, pero con 40 grados (y un desierto que no tardará en llegar Madrid), los precios subiendo y, pronto, un robot haciendo tu trabajo mejor que tú, ¿no vamos ya, irremediablemente, hacía el desastre?
Una persona que no puede trabajar por una cojera, ceguera, disfunción cognitiva es considerada discapacitada -incapacitada, diversa funcionalmente. No puede trabajar, no puede producir, no puede conseguir dinero, no puede comer, depende de otra persona, o del estado. Alguien que no sabe cómo encender un ordenador es, hoy en día, prácticamente discapacitado, incapacitado, diverso funcionalmente. Al menos en la realidad que la mayoría de nosotros vivimos. Al ritmo que avanza la tecnología y la digitalización, cada vez más personas vamos a ser -consideradas- discapacitadas.
En un sistema que colapsa el equilibrio climático (que observablemente lo modifica. Se podría debatir si devorar la tierra es legítimo con tal de conseguir los recursos para cumplir el sino humano: mudarnos a Marte, Plutón y z8_GND_5296, abandonar nuestro mundo, colonizar el universo. ¿Seguiremos usando el verbo colonizar para hablar de la llegada a otros planetas o empezaremos a decir elonmuskizar?), que sobrevive entre crisis económicas (cada vez más frecuentes), que pronto nos convertirá a todos en discapacitados, ¿qué mal puede hacer convertir el año en 24 meses con, por lo menos, la mitad de holganza, de vacaciones? O lo que es lo mismo, y sin contribuir a alterar el frágil orden climático, dejar de trabajar once meses y holgazanear uno, sino ser más equitativos y trabajar seis meses al año para descansar otros seis.
Apago el ordenador y me voy a la piscina…