“A la orden”, “qué va a llevar”, repiten las señoras al paso de los posibles compradores. “A la orden”, “qué va a llevar”, se escucha entre sacos de patatas, detrás de montañas de piñas. “A la orden”, “qué va a llevar”, repiten, autómatas, las señoras. Y lo repiten tanto que parece que no se lo dicen a nadie, que lo seguirán diciendo cuando el mercado cierre. Como aquello del ruido -o no- del árbol al caer si no hay nadie para escucharlo, empiezo a pensar que estos “a la orden”, “qué va a llevar” serán enunciados aun sin oídos que puedan escucharlos.
A la hora de comer el mercado come, sin detenerse. Sin moverse del sitio, las señoras cucharean tremendos platos de arroz con carne y frijoles y, jugándose el atragantamiento, siguen con la perorata: “a la orden”, “qué va a llevar”. Comer es primordial, vender innegociable.
En el mercado de Santander de Quilichao -igual que en toda sociedad- hay clases: antepenúltimas, penúltimas y últimas, pero clases. A más cerca del epicentro, los puestos mejor puestos: estructuras, sombra, sillas, balanzas, variedad de productos. A más lejos: suelo, sol y un producto -o dos o tres.
Según los días de vida, y su tarea, los pollos tienen un precio: 19 días, 6.700 pesos, pollos de engorde; 27 días, 5.900 pesos, ponedoras y de engorde; 29 días, 9.200 pesos, ponedoras. Mañana, imagino, habiendo sumado un día más de vida, el precio de los pollos será otro: una actualización del mercado que recuerda a la hiperinflación en los años noventa en Argentina -o más reciente, en Venezuela- cuando el pan tenía un precio en la mañana y otro, más elevado, en la tarde.
“Gracias, mi rey”, “con gusto, amor”, cambian de registro las señoras cuando compras. “Gracias, mi rey”, “con gusto, amor”, sales del mercado con la mochila llena de frutas y el pecho lleno de cariño.
La foto no es mía, es de @rock_paz, y tan siquiera es Colombia, pero un mercado es un mercado: en todos venden papas y camisetas del Real Madrid.
Muy a propósito ya que hoy juega la Champions el Real Madrid !
Si. Próxima parada, mercado y cementerio. Aunque la frialdad danesa poco me recordará a Colombia...