Van siete semanas aquí y todavía no conozco esta ciudad. Diferencio el supermercado caro del barato. Conozco un puesto de comida de Surinam – antigua colonia neerlandesa- que hace las delicias de algunos domingos. He estado en algunos cafés interesantes en los que, dicen, las paredes son oscuras de tantos cigarrillos que se han fumado. He aprendido a esquivar peatones y a competir con ciclistas que parecen haber nacido con una bici entre las piernas. Reconozco a los chulos del Barrio rojo. Sé dónde pasan las horas los pocos mendigos de esta ciudad. Pero no, no conozco esta ciudad; solo sé moverme de aquí para allá.
Hay una ruta que conozco de memoria, o de corazón -como dirían los anglos y, creo, se adecúa más a la forma en que recorro los 6,5 kilómetros que separan mi casa y mi trabajo. Mientras mi cabeza y mi memoria vagan despistadas, mi corazón, atento, dirige mis pedaladas:
Atravieso el túnel que cruza de New west a West, supero un puente pequeño y bordeo un lago. Reduzco o acelero la velocidad para no detenerme en el semáforo de la esquina. Dos curvas más allá hay otro puente, de los grandes, de los que se levantan para dejar pasar barcos: el primer día disfruté de la maniobra, descabalgué de la bici y curioseé. Ahora guardo fila y espero; la rutina, sabemos, mata la curiosidad. Parar el tráfico de un carril bici en Ámsterdam supone un gran atasco. En pocos segundos somos diez los congregados frente al puente, en minuto y medio, cuando la maniobra ha terminado y el puente está próximo a ensamblarse de nuevo, nos agolpamos más de 30 o 40 ciclistas a cada lado. Se levantan las barreras y todos enfilamos Vondelpark – el parque de los mil y un rincones. De puerta a puerta del parque hay 1.6 kilómetros, los enfrento resuelto: estatua del rinoceronte, estatua del rombo, estatua del pez abstracto y los vagabundos bajo el puente, estos últimos no tienen estatua, pero la merecen. Salgo del parque y giro a la derecha. Llego al Rijksmuseum e, invariablemente, me paro en el semáforo, siempre -casi- está en rojo. Reanudo la marcha y bordeo el anillo, estoy a punto de entrar a los famosos rings de Ámsterdam: semicírculos concéntricos que nacen de la estación central y discurren hacia el sur. Primera a la izquierda y estoy en el centro. Coffeeshops, supermercados, tranvías, motos, turistas, cientos, miles.
Siempre hago este recorrido, para volver hago el mismo, pero al revés: empiezo con miles, cientos, turistas, tranvías, supermercados, Coffeeshops. Continúo por el centro y giro a la derecha…
Me encanta mi bici, aunque a veces hace un ruido raro que me preocupa. También hacen ruido los relojes de la casa y la nevera, quizá no debería preocuparme: la vida es ruidosa.
Como si estuviera allí. Cuanto de monótono y monocromático tiene la ruta hacia el trabajo...
Me gustan los merecedores de estatuas.