Llevo un frío dentro, ahora que es otoño, que me cuesta entender, y solo ha llegado el primer soplo. Estoy sano, más sano que nunca, pero siento algo extraño, como si una nube se hubiese metido en mis pulmones. Hace mucho que no habito el invierno y la certeza de que hay uno en camino me ofusca el pecho. Me encerraré en casa a ver el vuelo de las palomas, el tráfico de la avenida y las películas de Bergman.
Cuando quiera salir, lo haré con cuidado. Ya no sé cómo se vive en invierno. No sé si los perros te ladran cuando pasas, no sé si las palabras vienen cuando las buscas, no sé si las chanclas sirven para ir a la compra, ni si puedo bajar a por el pan en pijama. No sé si escucharé los truenos o la lluvia antes de caer. No sé si escucharé los pájaros cantar, ni si estos cantarán en griego o en latín. No sé si los ángulos de un triángulo siguen teniendo 180 grados, ni si la gravedad sigue siendo 9,8 metros por segundo. No sé si me acordaré de mi tez blanca, ni si me reconoceré en el espejo. No sé si mi tierra seca absorberá tanta lluvia, ni si se abrirá mi paracaídas. No sé si tendré frío cuando me acuerde de ti, cuando me acuerde del trópico.
No sé si en algún callejón de Madrid, durante este largo invierno, me encontraré escondido entre las sombras con aquel que yo era. No sé, no puedo saber, si cuando acabé el invierno seguiré siendo quien soy. No sé si estoy viviendo una vida equivocada, pero de esto no culpo al frío. No sé si con las temperaturas de noviembre dejaré todas las frases a la mitad, no sé si encontraré historias que contar, no sé si la biblioteca seguirá tan vacía. No sé si soportaré el metro en las mañanas, ni si seré un Sísifo feliz.
No sé si hay ropa adecuada para evitar los escalofríos en las entrañas, ni si hay camisetas térmicas que protejan de los recuerdos. No sé si lloraré lo suficiente, quizá las lágrimas se congelen desde octubre hasta febrero. No sé si seguirá estimulándome la vida o si languideceré. No sé si me salvaré del abismo.
Solo me queda esperar, cuidarme del viento y de las noches largas. Solo me queda suspirar como un fuelle hasta que llegue la primavera, que tendrá un par de esquinas rotas y un verano entre las palmas.
Llegará el invierno, sin embargo, y tendrá esos ojos azules y esos bares apretados, persianas bajadas, cartas de amor y ropa por el suelo. Llegará el invierno y cavaremos trincheras de tinta y barro. Llegará el invierno y los miedos se pospondrán, porque los miedos, por suerte, casi nunca llegan.
Me compraré un abrigo y unos calcetines gruesos y tomaré buena nota de aquello de Montaigne, aunque nunca le haya leído: “mi vida ha estado llena de grandes desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”.
Unos mitones de esos que cubren hasta la mitad del dedo y la bolsa de agua caliente, indispensables para vencer al invierno y para que el teclado siga activo.Cada día más brillante, Juanjo.
Tú abrígate siempre y cuida la garganta ,al menos el frío exterior se puede evitar .