Estados Unidos, Centroamérica, Latinoamérica, caribe, pacífico, ¿dónde está Panamá? Parece que Ciudad de Panamá se mueve. Que sus, aproximados, 800.000 habitantes amanecen cada día en un lugar del continente (lo escribo y me doy cuenta de que algunos lo hacen: viajan de USA a Panamá, islas Caimán, Trinidad, vuelta a USA y Panamá).
Panamá es un país apaisado, tumbado, horizontal. Donde creeríamos que está Colombia, al sur, está el Pacífico; donde diríamos que está Costa Rica, al norte, está el Caribe. La confusión es total. El istmo es una culebra esquiva. Al este, Cartagena; al oeste, San José. Caminando por Ciudad de Panamá es difícil no creer que uno está viendo el caribe; no por los colores o las palmeras sino por nuestra orientación, por tantos mapas mal mirados, por nuestra memoria geográfica, si es que hay algo que se llame así.
De la línea costera que separa la ciudad y el océano: yates, músculos y rascacielos -puro Miami- al fárrago de “viviendas” de chapa y aluminio que bordean el centro de la ciudad -puro Latinoamérica- hay apenas unas cuadras, unos pasos. Del almuerzo de tres dólares en la fonda al almuerzo de 111 dólares en uno de los rascacielos de la siguiente esquina de “Little Manhattan” hay 37 veces más ingresos (según el Banco Mundial, en 2019, el 10% más rico ingresaba 37 veces más que el 10% más pobre en Panamá. El 10% más pobre tan siquiera puede comerse el almuerzo de 3 dólares, ojo).
Unos, desde los rascacielos, por los ventanales, ven el cielo -casi lo tocan-, el mar, el futuro y sus mil posibilidades. Otros, menos afortunados (determina más tu código postal que tu código genético), miran por la ventana y ven rascacielos, no hay mar, no hay futuro, no hay mil posibilidades; no hay cielo, no ven el cielo, viven en sincielos, en barracas, chabolas, favelas, villas.
¿De dónde surge la desigualdad?, me pregunto últimamente. ¿Quién fue el primer acumulador? ¿Quiénes fueron los primeros en permitirlo?
Salgo de Ciudad de Panamá. El autobús vacío: cuatro pasajeros, el conductor, y un mono de peluche que se balancea sobre el parabrisas. Siete horas hasta la selva, hasta el Tapón del Darién. Un tapón natural que “protege” al norte del sur. Que complica, pero no detiene, la ruta de centenares de migrantes que lo cruzan diariamente (¡¡centenares diariamente!!). Atraviesan una selva con jaguares, pumas, serpientes venenosas, lluvia -casi- constante, narcos, paramilitares. Atraviesan la selva mujeres embarazadas, viejitos, viejitas, niños, niñas.
En Colombia venden el pack para cruzar el Darién: carpa y machete. En 2019, un venezolano que iba a cruzarlo por segunda vez (la primera vez lo deportaron al llegar a Panamá) me contó que, en la ruta, de alrededor de una semana, no para de llover: que duermes mojado, despiertas mojado, caminas mojado. Que es fácil perderse. Que se encuentran cadáveres, que los dejan ahí para indicar el camino. Que te extorsionan, te roban.
¿De dónde surge la desigualdad? ¿Quién fue el primer acumulador? ¿Quiénes fueron los primeros en permitirlo?, me pregunto últimamente.
“El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las trompetas han empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias”.
Bravo. Siempre me devuelves. ¿Es más sencillo escribir allá, o esa es mi sensación?
¿quién escribe el último párrafo? Ese de unos altos políticos ;)
Europa es un bar de copas con terraza de lujo que no mira al resto del mundo, Juanjo. Gracias por ponerlo delante. Tema peliagudo el de los emigrantes y/o refugiados. Oye, no es la primera vez que llegas al Tapón del Darien, ¿verdad? ¿Ha cambiado algo?