Papá, vuelvo a ser del Atleti/ 63 love songs
Cuando me quedé sin él, también me quedé sin las victorias, las estrellas, los laureles
Si no cuento algún partido de mundiales o eurocopas, hace muchos años, siete, ocho que no veo fútbol. Desde pequeño he sido muy futbolero, y extremadamente consecuente: detrás de una pelota me he hipotecado los meniscos, el ligamento cruzado y una fracción importante del hígado: en la adolescencia, cuando empezaron a invertirse las horas de juego por las horas de visionado, el ritual futbolístico implicaba tomarse entre una y trece cervezas, según el ánimo y la puntería de los delanteros del Atleti.
Antes de ser colchonero hasta el tuétano, y esto lo he llevado en riguroso secreto, era del Real Madrid. Cuando fui niño – juro que una vez lo fui- veía el fútbol con mi abuelo, que también era del Madrid, y me sentaba delante de su sillón, frente a la tele. Él me tocaba el pelo, me acariciaba la cabeza, para calmarme cuando perdíamos o para celebrar los goles. No era demasiado cariñoso, así que esa rascada de cabeza significaba mucho. Mi abuelo tenía un bigote temperamental y muchos cigarros por fumar. No sé si supo cuál fue el último. Y no sé qué pensaría de mi viraje hacia el río Manzanares.
El que era del Atleti, aunque yo tardé en darme cuenta, era mi padre. Creo que no era muy futbolero, no tanto como los futboleros, digamos. Pero sí, era del Atleti. Alguna vez me llevó al Bernabéu, cuando yo era pequeño, y calculo que me hubiera llevado a casa de su peor enemigo de habérselo pedido. Yo era un niño felizmente madridista, que solo conocía la gloria europea y la felicidad veraniega con cada fichaje más revoltoso que el anterior: Zidane, Figo, Beckham.
Entonces, en algún momento de su enfermedad, de la enfermedad que agarró a mi padre, durante mi adolescencia superlativa, tuve una mutación, lenta pero fulminante como el cáncer que desbordó su cuerpo. Cuando me quedé sin él, también me quedé sin las victorias, las estrellas, los laureles. Me hice del Atleti. Y empecé a perder. A quedarme solo, “porque aunque nunca estemos solos sí estamos solos de ellos, solos de una forma que únicamente los solos entienden”, dice Jabois en el penúltimo párrafo de uno de sus libros.
Lo pasé mal por el Atleti. Esos años de intertotos y media tabla. Cuánta desesperanza. Cuánto sufrir. En verdad creo que sufría por mi padre, pero no sabía cómo hacerlo, como el poeta fingidor de Pessoa que "finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente". Perder con el Atleti me enseñó a perder a mi padre. Y me enseñó, he pensado en estos días, a ser el tipo raro en el que me fui convirtiendo, a aceptar mi desorientado destino, a empatizar con los derrotados, a saludar a los tristes, a pasear por los infiernos, a salir de ellos.
En quinto o sexto de primaria, nos llevaron a un torneo a San Sebastián. Mi padre fue el principal promotor de llevar a este equipito de muchachos ilusionados a competir con gente que de verdad jugaba al fútbol. Vinieron él, el entrenador y un par de padres más. Fue divertido: los viajes en autobús, las mañanas de partidos (aunque nos goleasen sin piedad), las tardes en la playa, la sensación de aventura.
Por la noche, la primera noche, apagaron la luz de la habitación, debía haber cuatro o cinco literas, ocho o diez niños por cuarto. Creo que ahí sentí la soledad por primera vez. Noté el sueño profundo de mis compañeros. Noté miedo, mucho, por no estar en mi habitación, por no estar en casa. Me levanté y salí del cuarto, tanteé las paredes, fui a la habitación donde dormía mi padre, y me acerqué a su cama. A día de hoy no recuerdo bien su cara, tampoco su voz. Sí que recuerdo, por ejemplo, la posición en la que jugaban mis compañeros, Chema de defensa, Héctor por la derecha, qué absurda la bruma arenosa que bloquea unos recuerdos, que ilumina otros. También recuerdo la calma que me dio ver a mi padre, tumbado, medio dormido. Me miró, susurró algo, y levantó la sábana.
He decidido volver a ver fútbol, hace pocos días. Por un motivo raro, poco ortodoxo, ligar con una chica, por ejemplo. Y justo hoy, que escribo esto, juega el Atleti contra el Madrid. Y se ha desatado la cascada de recuerdos. Cierro el duelo, después de más años huérfano que lo contrario. Mis duelos son lentos, no me ganaría la vida en el lejano oeste. Salgo y busco un bar donde cerrar la reconciliación con mi juventud. Encuentro un televisor y ahí está el césped, igual de verde que siempre, quién lo estuvo regando todos estos años. No conozco a los jugadores, no sé quiénes juegan. Supongo que juego yo, en algún extremo, medio perdido, que juega mi padre, atrás, guardando la portería. Y cuando suena el silbato que indica el comienzo del partido una media lágrima quiere salir, y los muchachos con la camiseta del Madrid gritan a la tele, y el gordo con bufanda del Atleti se bebe un botellín y el camarero me mira, de reojo, y debe creer que soy el mayor devoto de este deporte glorioso. Y quizá lo sea, qué sé yo. Vuelvo a ser del Atleti, papá, para tantear las paredes hasta tu cuarto, para meterme bajo tus sábanas de nuevo.
Debo ser un poco blando, pero me has emocionado, enhorabuena, sólo recordarte que quien era bueno guardando la portería e imprescindible en el equipo de la plaza de San Lázaro esa tu tío Jose Luis. Un fuerte abrazo
Recuerdo ver un Real Madrid-Athletic de Bilbao en el Bernabeu con nuestros padres. Creo que hubo algún gol de Julen Guerrero...algo ha llovido 😅