Solo recuerdo a los hombres de la ambulancia y la camilla que salía del cuarto de mi padre. Mi padre era fuerte, un tipo capaz de tumbar un buey de un golpe, de subir veinte bolsas de la compra por las escaleras, de lanzarme hasta las estrellas. Ahora estaba flaco, a veces estaba amarillento. Aquel verano bebí tanto que mis ojos también se pusieron amarillentos. Estuve ahogado. El cuchillo clavado, entre las costillas y la última vez que me dio la mano. Tuvieron que girar la camilla para que entrara en el ascensor, la pusieron vertical, y mi padre estaba allí, amarrado. Ahora digo que podría ser Ulises atado a su mástil, intentando evitar lo inevitable. Pero entonces no había referencias para saber cómo burlar la muerte, que llegó dos días antes de que empezase el verano.
El 19 de junio de 2007 acababa de cumplir 16 años y mi padre se moría en la antesala de mi vida. Yo no quiero ser padre, no quiero dejar a nadie con dieciséis años y un laberinto. Algunos días creo que no me gusta la vida. Algunos días pienso en las conversaciones que tendría con él. Pienso que quizá yo no sería un pusilánime, un cobarde si él estuviera aquí, si hubiera estado al menos unos años más. No es tu culpa, le digo cuando lloro, por si me está viendo y se acongoja. Se lo digo a él, pero ya no sé quién es. Han pasado dieciséis años desde que murió. La mitad de mi vida. No llegamos a conocernos. No sé si mi padre me reconocería si nos cruzásemos por la calle. Él estaría igual que antes de enfermar. Yo he cambiado tanto, y todo lo he cambiado sin él. Me rompe el llanto pensar que no le gustaría quién soy, cómo pienso, cómo vivo. Echo de menos un fantasma, tan pocos recuerdos. Aquellos días no lloré, como si supiera que iba a tener toda la vida para sacarle, lágrima a lágrima. Hay días que me refugio en él: cuando me entran dolores de amores o futuros irresueltos. Y ahí es fácil llorar, creer que tengo un motivo para elegir la pena. Luego me siento mal, por haberle utilizado.
De ti le gustará hasta cuando te sirve de palanca para sacarte las penas. Por lo demás, somos muchos los que admiramos tus letras, entrega y riesgos (valentía) para alcanzar los sueños.
Seguro que le gustaría como escribes, lo que escribes y como te superas. Seguro también que te acompaña en tus viajes y tus pensamientos. Muy posible que hables más con él ahora que lo que hablamos, los que seguimos, con nuestros hijos y de lo que pasó con nuestros padres.. Es un persistente fallo bidireccional generacional. Juanjo sigue en ti y persiste en el recuerdo de sus amigos y no sólo en el de conversaciones etílicas rememorando hazañas que imaginas...,. Tremendo artículo, y sonando Cat Stevens !!. Un fuerte abrazo