La carretera Angosta, así se llama -y hace honor-, cruza una selva y un par de montañas. Después de dos horas de baches, curvas, perezosos en los árboles y mareos, el caribe sale de su escondite. En el puerto hay seis, ocho, diez lanchas dispuestas a llevar turistas a alguna de las 365 islas del territorio Guna Yala.
En todas las lanchas ondea una bandera rojigualda con una esvástica en el centro. Camino por los muelles perplejo, mirando a los lados, buscando una explicación y siento que podría estar caminando por Berlín en 1940, si Berlín tuviese mar y muelles y caribe.
Los Guna Yala – indígenas del caribe panameño- y el Tercer Reich comparten algo, contra toda intuición: un símbolo que, por viejo que sea, no tiene hoy otra asociación posible. La esvástica se vincula al nazismo, simple e irremediablemente (al menos en este lado -occidental- del mundo)
Pregunto y pregunto. “Muy antiguo”, dice uno. “Nada que ver con los alemanes”, dice otro. Nadie explica claramente el porqué. Seguro que se lo preguntan demasiado, y no hay nada más cansado que una pregunta repetida.
En la película “Le prénom”, comedia francesa, un padre en camino anuncia a sus amigos cómo se va a llamar su hijo, también en camino. Todos, todas, sin excepción, se enfadan. Los amigos forman parte de la élite cultural y progresista parisina: académicos, artistas. No pueden tolerar la frivolidad, según ellos, que su amigo quiere cometer: “no permitiré que llames a tu hijo Adolf”, dice el profesor de literatura de la Sorbona (que más que piel reviste pana).
El padre en ciernes defiende que su hijo será tan maravilloso que hará olvidar a Adolf -el malo. Así como Chaplin despojó -o intentó- a los nazis de su vestimenta habitual llevándola él mismo en aquella famosa película.
Si Hitler se hubiera llamado David o Jaimito (¡Heil, Jaimito!), ahora los franceses tendrían otro nombre vetado. Y si en vez de la esvástica, hubieran elegido el símbolo del infinito, ahora habría cabezas huecas y rapadas con agresivos tatuajes de un infinito en el pecho (y quizá parejas de enamorados con sus nombres enredados a esvásticas).
Los indígenas Guna lucen orgullosos la esvástica sobre la bandera rojigualda (que ningún cayetano nostálgico se entere) porque es la bandera de la revolución guna, de 1925; cuando se enfrentaron a un ejército regular, en contra de la occidentalización forzada, y vencieron.
Tenemos que volver a ver le prenom !!
Como nos reímos!
Beso goldo