Me gustan sus manos, sus pies y lo irrelevante que es todo cuando me besa. Nos hemos visto ocho veces, las contamos el otro día sobre las sábanas. Ocho veces, dos camas y tres cenas.
Deberían verla. Lo inunda todo, su alegría lo inunda todo. Y eso que no está en su mejor momento. Es un volcán de cariño. Y no quema. Me abraza y no quema. Me dice que si quiero café y el café no quema. Cuando sonríe mi aliento se contiene. Cuando dice que tiene ganas de verme me afloja el nudo. Uno que llevo atado al esternón.
Si pudiera, si supiera cómo bloquear los caminos que conducen a enamorarme, pondría unas barricadas, levantaría un muro, montaría guardia. Para no dejar que una noche de estrellas y viento, una de esas noches de octubre en que no esperas nada y terminas con fango hasta los recuerdos, un alguien, una presencia nueva e inocua, se convierta en nunca y en siempre, en una carretera imparable hasta los próximos diez inviernos.
Siempre me repito qué hacer para escapar, cuál es la vía segura para esquivar la flecha. Me lo repito cuando salimos o dormimos juntos. Me lo repito como repiten las azafatas las instrucciones para sobrevivir en caso de improbabilísimo accidente. Esto de enamorarse es casi tan improbable, pero ahí voy, repitiéndome las instrucciones para no enamorarme cada vez que me presta sus ojos, cada vez que me dice que le gusta mi prosodia. Le gusta mi prosodia, ¿se dan cuenta? Y hace el amor como si pronunciase los últimos versos de algún poema de Benedetti: “cantamos porque llueve sobre el surco/ y somos militantes de la vida/ y porque no podemos ni queremos/ dejar que la canción se haga ceniza”.
No acostumbro a creerme los horóscopos, pero cuando se tumba a mi lado después de los espasmos y el sudor miro sus lunares con fruición y pienso en graduarme en astronomía para descifrar esas constelaciones. Soy militante de sus futuros tequieros. ¿Cuánto tarda un tequiero en llegar de mi cuaderno a mis labios? Podría mandarle estas notas. ¿Sería tan cobarde decirle tequiero así?
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Las cartas de amor no tienen destinatario. Uno mismo, quizá. Las historias de amor se cuentan sin afán de nada, sin misterio. He escrito veinte historias, tan ficticias como reales, a quién le importa eso. Hoy tengo la voluntad de escribir una última historia, una que quede negro sobre blanco hasta que mis dedos se anquilosen y no pueda teclear. Una que pueda leer de viejito, una que me tranquilice, una que diga que sí que supe amar. Será la última historia. Pondré en ella toda mi voluntad, todo lo aprendido. Pondré en ella mis manos, que bien usadas pueden construir castillos y hogares. Te doy mis manos, que es lo único que tengo, digo. Y dejo de escribir sobre amor, porque el amor no tiene adverbios ni adjetivos.
Los diarios que escribí en 2022 y 2023 encontraron casa en Diario del trópico, en Condé Nast Traveler. Estas historias de amor quizá encuentren refugio en alguna otra revista, quién sabe. De momento, sin diarios, sin historias de amor, la newsletter descansará unas semanas. Quiero pensar algo nuevo. Si alguien tiene algo que decir, que lo diga ahora, si tiene algo que proponer, que proponga ahora.
Hace un año pasé la gorra, pedí dinero, plata, en este mismo espacio. Hoy, de nuevo, 12 meses y 50 textos y sábados después, pido que valoremos -o no- este trabajo. No es limosna ni caridad. No quiero un euro de nadie que no haya disfrutado alguno de estos diarios y desamores. Asimismo, quien se haya puesto contento un día, triste otro, quien haya encontrado algo de intimidad en estas palabras, puede valorar si quiere apoyarme, y cómo y cuánto, para que siga haciéndolo.
Este es uno de mis trabajos y le dedico mucho esfuerzo. Personalmente creo en la ética de pagar a las personas por el trabajo que hacen. Especialmente en ámbitos tan mal pagados e infravalorados como el literario/periodístico.
En Bizum: 628227804
En Paypal: juanjo.hbaz@gmail.com
En fin, que abráis o no la cartera, ha sido un placer compartir este espacio. Que volveré a escribir, aunque solo sea en los ratos libres de algún trabajo oficinesco y trastornante. Que “en mi hambre mando yo”, pero no sé por cuánto tiempo más. Agradecería, también, algunas palabras, de las amables o de las cruentas, de las que rompen: “las palabras no tienen huesos, pero los rompen”.
Esas manos tuyas no van a dejar de escribir, Juanjo. Y mientras el escritor está en silencio, sus lectores esperamos, deseamos, nos preguntamos. ¿Qué será lo nuevo? Abrazo fuerte.
Por más negro sobre blanco y por la ética del trabajo remunerado, salud compañero!