01/03/2023
Ya llega la primavera. Saquen las guayaberas y las ganas de enamorarse.
Comer, comer comer. Sin preguntar, sin mirar, sin preocuparse. En restaurantes, fondas, mercados, esquinas. Van tres meses en México envolviendo la vida en tortillas de maíz: el pollo, el cerdo, las preocupaciones. Las tortillas son cuchara, plato, servilleta y terapeuta. Hay una técnica de enrollado de tortilla, cuando es usada para acompañar un plato, no para envolver, que ofrece más información que un pasaporte. Si ves a alguien practicarla, es mexicano o lleva un tiempo por aquí. La tortilla se tumba en la mano izquierda, extendida sobre la palma. Las puntas de los dedos de la mano derecha se ubican en la base de la palma izquierda y pellizcan levemente la tortilla para generar un doblez. La sutileza que requiere el pellizco se parece a la sutileza que requiere liar un porro, solo se adquiere cuando se han fumado muchas tortillas. Los marihuanos tendrán mucho ganado cuando lleguen a estos pagos. Una vez se ha pellizcado la tortilla, las puntas de los dedos, como en una caricia, recorren la palma de la mano contraria enrollando la tortilla en un canuto uniforme. La velocidad a la que se enrollan tortillas en los almuerzos mexicanos, la fricción electrizante que se genera en ese palmoteo entre manos podría iluminar la Ciudad de México.
Tanto perfeccionar mi técnica de enrollado de tortillas, tanto desafiar las leyes del universo comiendo en taquerías con los niveles de salubridad de un jovenzuelo en el ViñaRock, he sucumbido a las argucias de un estómago en pie de guerra. Salmonelosis lo han llamado. Cinco días en la cama pensando que nunca saldría de esa cama. Cinco días contradiciendo a aquellos sabios que reunió aquel rey cuando quiso concluir qué frase serviría para aunar sabiduría y usarse en cualquier ocasión: “esto también pasará”, concluyeron los eruditos. Cuando caigo enfermo pienso, irremediablemente, que “esto nunca pasará”.
Así como el hongo que la serie The Last Of Us anuncia que podría devorarnos los sesos y convertirnos en personas con la capacidad crítica de una piedra, la salmonelosis, un bichito desconocido hasta la fecha para mí, ha colonizado mi cuerpo y tomado control sobre mis comportamientos estos días. De no haber ido al médico a ponerle nombre a esta afección, mi enfermedad hubiera sido otra. Así como Tutankamón no pudo haber muerto de tuberculosis, como dicen que murió (y las pruebas actuales determinan que así fue), porque la tuberculosis aún no se había descubierto.
Como si de enfermedades ignotas se tratase, voy a aprender a ponerle nombre a mis sentimientos.
***
El descubrimiento de esta semana, aparte de entusiasmarme como un infante con la película “Argentina 1985”, ha sido la dialéctica que comparten Slavoj Zizek y la gastronomía mexicana. La gastronomía mexicana es prestigiosa, extensa, inacabable, pero hay un fenómeno, en la comida callejera concretamente, que me fascina: una amplia variedad de nombres para un denominador muy común: harina de maíz, queso, frijoles. Con estos tres elementos te preparan quesadillas, gorditas, tlayudas, huaraches, sopes, panuchos, tostadas. Un hermoso rompecabezas y rompe estómagos.
Zizek, como si de un puesto de tacos se tratase, con su inglés de veraneante alcoholizado y constipado, con apenas un puñado de palabras: “so, then, radically, human, listen, what, for, energy, oil” es capaz de explicar los asuntos más sesudos. Con un vocabulario, en inglés, muy reducido, Zizek habla de Hegel y Lacan, debate con Harari sobre naturaleza y cultura, llena salas de conferencias en todo occidente. La comida callejera mexicana y el filósofo esloveno son inalienables, son, definitivamente, uña y mugre.
03/03/2023
Esta anécdota, leída en algún libro, escuchada en algún podcast, encontrada en alguna cantina, resume mejor que cualquier investigación, crónica, reportaje, conferencia la forma de mirar al mundo del zapatismo. O quizá no resuma nada. Cito sin comillas porque recuerdo la historia como recuerdo algunos desencuentros amorosos, a mi manera: la mañana del primero de enero de 1994, cuando el EZLN tomó seis cabeceras municipales, entre ellas San Cristóbal de las Casas, hubo, como puede imaginarse, cierto caos, descontrol, algarabía. En medio de este comienzo de año tan atípico, algunas calles de San Cristóbal se bloquearon con cientos de carros que buscaban sus tránsitos habituales. El Subcomandante Marcos, pasamontañas y rifle en bandolera, alzaba las manos rogando comprensión entre los carros atascados en aquella fría mañana y decía: “disculpen las molestias, estamos haciendo una revolución”.
“Los arroyos, cuando bajan, ya no tienen regreso”. El viejo Antonio (personaje de los cuentos escritos por el “Sup”)
Más de un mes en Chiapas. Adiós al mundo maya. Hay páginas en blanco en el Diario de Oaxaca.
Parece que la salmonela no te ha hecho tanto mal, maravillosas letras ….Bravo!!!
Entre las ganas de seguir leyéndote, hasta me entró hambre, hombre. Cuida esas tripas, Juanjo.