07/10/2022
El conductor, que manejaba ajeno -en apariencia- a todo, dijo de pronto, de la nada: “está subiendo la marea”. El mar aún no se había dejado ver, mar tímido de las grandes ciudades, y el calor y el espacio limitado eran la ocupación cognitiva de la mayoría en el vehículo. Sin embargo, él no necesitaba verlo, ni le preocupaban otros asuntos. “Está subiendo la marea”, dijo, y volteamos a mirarle. La explicación fue más sencilla de lo esperado, “el viento sopla de allá”.
Pensé que el señor estaba conectado de alguna manera con el mar: que la altamar le daba paz, que la bajamar le inquietaba, que la marea subiendo le disponía para la conversación y la juerga, que la marea bajando le invitaba a recluirse en casa, tomar café y acariciar a su gato. Un señor conectado a las mareas. Para nada.
15/10/2022
Según dicen, el hombre había hecho un pacto con el diablo. “Por eso ha olvidado cómo tocar guitarra”. El hombre había ofrecido a una de sus hijas en el pacto y no la había entregado, “por eso ha olvidado cómo tocar guitarra”. ¿Dónde acudió el diablo a robar esos conocimientos? ¿Dónde viven los acordes, los punteos, los rasgueos rápidos que emanan de la mano derecha?
Tampoco sé dónde viven las palabras que salen en fila -aunque desordenadas- cuando escribo: “Y después de despertarme esta mañana, desayuné un beso corto de café; un pan francés, preludio del viaje de vuelta; unos huevos revueltos, como las últimas semanas”. ¿De dónde salís?, me gustaría gritarles. ¿Quién os ordena?
También, cuando converso, los ruidos de lengua y cuerdas parecen buscar un sentido y un orden, a veces lo tienen, ¿de dónde salen? Hablar me resulta la mayor de estas tres improvisaciones, no sé qué palabra va a venir, varias pelean por salir, solo una alcanza, las demás en rémora. “No creo que deba ir, algo dentro me dice que no”, y poco después: “Voy a sacar el pasaje”, dije, o algo así. En cualquier otra terminal, podría haber dicho “No creo que deba ir, algo dentro me dice que no”, y haber continuado: “No voy a sacar el pasaje”. El “no” podría haber sido más rápido que el “sí”. Poner, después de un Do, un Mi, o un Sol– la triada básica que forma el acorde primigenio- a priori no cambia mucho, pero desencadena ciertos acontecimientos, melodías. Hablar es la mayor improvisación, cuando hablo soy Thelonious Monk.
16/10/2022
Nueve días en un río del Pacífico, en un barrio de Bogotá. Nueve días rodeado de mar.
17/10/2022
Adiós, Quili. Adiós, trópico.
El de migración empieza a conversar. Y por las otras dos ventanillas la gente va pasando. Es escritor. Y conoce todo Estados Unidos. Y la gente sigue pasando a izquierda y derecha. Y apenas mira el pasaporte. Y que su hijo vive en una ciudad pequeña de España. Y que se había metido al Internet y había visto que Palencia era la ciudad más barata para vivir en España. Y que escribe novelas. Y que este es su último libro: “La triste historia de un país de maravillas”. Y que qué adecuado título para Colombia, le digo. Y se ríe. Y nos reímos. Y ya somos amigos, Juan y yo. Y charlamos como disimulando. Y que nos llamamos igual, dice cuando vuelve a abrir mi pasaporte. Y examina el sello, y revisa el sistema y “aquí dice que hay un problema con tu permanencia. ¿Cuándo entraste al país? Yo te lo sellaría, pero luego me puedo buscar problemas…”. Y salgo a solucionar. Y que llevaba un día más de lo permitido en el país, dice otro oficial. Y que normalmente hay una multa, pero que me vaya. Que está todo bien. Y me voy pensando en quedarme. Y me quiero ir, y me quiero quedar. “Menos de cinco contradicciones al día es dogmatismo”, me dijo hoy una chica bien lista. Y pienso que pagaría muchas multas por volver a Colombia.
Y suena en mi celular “This time tomorrow”, de The Kinks, la canción de los aeropuertos. Una canción de cambios, aviones y mareas vivas. “A esta hora mañana, ¿dónde estaremos?”.
Y llegar a casa, pienso, a alguna casa. “Es tan poco lo que hace falta para ser una casa. Apenas estar lado a lado. Tocarse”, dice uno. Lo bueno de no tener casa es ¿será? que cualquier mano bien dada puede ser una casa.
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En el avión no sé qué día es. Estoy viajando al futuro. Viviré siete horas por delante de Colombia. Creo que sigue siendo hoy, 17 de octubre.
En las islas caribeñas de San Blas, el territorio de los Guna Yala en Panamá, leí una novela que se desarrollaba en la Antártida. Mis pies en la arena, mi espalda quemándose y H.P. Lovecraft llevándome a las montañas de la locura del continente de hielo; frías, insomnes. En el avión que ahora cruzo el Atlántico, leo sobre el Pacífico: una novela de Arnoldo Palacios sobre el Chocó, departamento de la costa pacífica colombiana. Mi cuerpo volando a Europa, mi mente bogando el río Atrato. Me gustaría estar donde estoy. Leer lo que estoy. Si estoy en Venecia, a Thomas Mann; si ando en Yucatán, a Juan Villoro; si recorro el Mediterráneo, a Josep Pla; si, Dios no lo quiera, termino en Polonia, a Wislawa Szymborska. Me gustaría, ahora, leer una novela sobre aeronaves. O mañana, cuando esté en Castilla, una de campos y vientos de pueblo. O leer una de despedidas y adioses con dos protagonistas cobardes, con capítulos poco claros, con risa y goce, con mezcla de realidad y sueños.
19/10/2022
Durante aquel confinamiento de 2020, leí “Un caballero en Moscú”, de Amor Towles. El caballero -el conde Rostov- estaba confinado, contra su voluntad, en un hotel de Moscú: leía a Montaigne y comía delicias cada noche en el restaurante del hotel. Fue un confinamiento de oro, como el mío, supongo. (“Normalizar los privilegios es un acto mezquino”).
Hoy, dos años y medio después, en la misma casa, en el mismo sofá, leo, a punto de emprender un gran viaje, la nueva novela de Amor Towles, “La autopista Lincoln”. Esta autopista fue la primera que atravesó Estados Unidos, de San Francisco a Nueva York, y en la novela cuatro muchachos andas prestos a recorrerla. Tal y como hicieron Dean Moriarty, Sal Paradise y compañía hace cincuenta años. Muy generación beat. Y cincuenta años después queremos seguir haciendo lo mismo. Generación beaten, podríamos ser.
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“¿Y vais a volver a veros?”, pregunta mi madre. “No, de momento no. No tenemos el mismo camino”, le contesto. “No tienes el mismo camino que nadie”, sentencia ella. O “por tu camino no va nadie”, no sé cuál fue la sentencia, pero ¡caramba! ¡Qué lista es mi madre!
¿Y ahora nos quedaremos huérfanos de tus relatos? ¿Se interrumpe el viaje y la aventura desde mi sofá?
Bienvenido, Juanjo. Llegas cuando otros nos vamos. ¿Será diciembre el mes del encuentro?