Empecé a publicar “El viaje interminable” hace poco más de un año. La primera entrada la escribí en un aeropuerto, ese lugar donde el tiempo titubea. Dije: “no sé cuánto queda para el vuelo, no sé cuánto llevo aquí, los minutos se miran entre ellos. Todo sucede lento, muy lento; como si estuviéramos en la antesala de la vida. La futilidad del hecho de morir y la falibilidad del amor dan vueltas en la cinta transportadora”. Así me sentía en aquel entonces, acobardado ante un nuevo comienzo.
El primer mes se suscribieron 40 personas. Hasta conseguir los siguientes 40 suscriptores, pasaron ocho meses más; un ritmo de aceleración pasmoso, no sé ni cómo seguí publicando. Es cierto que los dos primeros meses publicaba cada diez días. Luego, afanado en trabajar para conseguir el dinero que engulle la vorágine amsterdammer, donde vivía entonces, empecé a publicar quincenalmente, lo que supuso menos difusión.
Una vez en Colombia, convencido de que atender a turistas borrachos es un trabajo perturbador, me propuse vivir de escribir; para que así fuese tenía que escribir más, que practicar más. La newsletter empezó a ser semanal. El formato diario me facilitaba la escritura, no tenía que encontrar una historia que rindiese 700 palabras -lo mínimo que me propuse publicar- podía ir troceando mis días e ideas. Con el aumento en la periodicidad, empezó a gustarme más lo que escribía, aunque pocos textos aguanten la relectura. Sin duda, la escritura es oficio. Empezó también a suscribirse más gente: 16 en agosto, 22 en septiembre, 19 en octubre. Comparado con los cuatro que se suscribieron el octubre anterior o con los dos que lo hicieron el último noviembre, el cambio de tendencia es esperanzador.
Ahora hay 157 personas suscritas, que no son muchas en este mundo de redes sociales y miles de seguidores. Pero la newsletter tiene, a diferencia de las redes, ciertas virtudes: es una relación consentida (uds se registraron), es una relación directa (llega al correo, un lugar más íntimo que IG o FB) y no depende del algoritmo. Por lo tanto, 157 suscriptores, no están mal. Sin embargo, me gustaría que fuéramos más. Por eso esta carta, este envío.
Mi idea es que cada uno de vosotros/as pueda enviar el link de suscripción de “El viaje interminable” a alguien al que pudiera gustarle/interesarle. En un mes salgo de viaje (voy a recorrer México de punta a punta, de Cancún a Tijuana, miles de kilómetros por selvas, pampas y montañas. El plan es llegar a Cancún en barco, ya sea crucero o carguero, estoy negociando a ver si alguien me lleva gratis -por mi cara bonita y por escribir algún artículo/reportaje) y habrá mil historias que contar, que quiero contar aquí: crónicas, diarios. Me encantaría que esta lista de suscriptores/lectores siguiera creciendo y, obtuso como soy para las ciencias marketinianas, solo me queda recurrir a su bondad y buen hacer.
Les pueden mandar este link -aquí se pueden suscribir- o el de cualquier otro diario o relato que les haya gustado más.
Si todos los que leen el correo (un 55%, de media, cada sábado), se lo envían a algún amigo, familiar, editor de revista, ja, y aciertan con el público objetivo, mañana podría haber unas 80 personas más suscritas. Y yo daría saltos de alegría.
Un dato más: en las primeras horas del sábado abren el correo un 30% de los suscritos, aprox. Eso sí, no sé -no puedo saber- cuántos lo leen realmente. “El viaje interminable” para algunos puede ser “El viaje insoportable”, como una buenísima amiga lo definió -entre risas- una tarde. Estaría buenísimo que escribieran comentarios, aunque sea con quejas o correcciones, para saber que han dedicado unos minutos a estas frases.
Gracias por leer.
Diarios de Castilla
28/10/2022
“Si supieras dónde está, no tendrías que encontrarlo”, escuché en alguna película o serie estos días.
En Palencia, en Madrid, me reciben -de momento- cuatro casas, de cuatro amigos (y una madre). Con cuatro llaves. Como aquellas que Benedetti contó que lo salvaron:
“En los suburbios de La Habana”, escribe Eduardo Galeano en su “Libro de los abrazos” “llaman al amigo mi tierra o mi sangre. En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por... “Llave, por llave”, me dice Mario Benedetti. Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron”.
Sin comparar con esos tiempos de terror de dictaduras militares latinoamericanas, cada vez que vuelvo a España y me dan una llave, cada vez que me la ponen en la mano, con toda la confianza, también me salvan.
Cuatro días en Palencia, en casa de mi madre. Las llaves en el bolsillo, la nevera a disposición, la manta y el sofá libres para la holganza. Primer día en Madrid, en casa de Pitu: las llaves en el bolsillo, la habitación preparada para mi llegada, y la única norma: “Yo no voy a estar. Haz lo que quieras”. La segunda noche -y tres más-, en casa de Diego. Botella de vino al llegar, tortilla y lomo para bajar el vino, serie en el sofá, cigarros y conversaciones compartidas, habitación libre y dispuesta; a la mañana siguiente: “dale un paseo a peseta -la perra- si puedes” (ser parte de la cotidianidad de alguien es la mayor muestra de bienvenida). Ahora en casa de Paloma. Ella se va, cuido de Una, la perra de diez meses que crece y muerde por igual; se le queda corto el número. La casa, hermosa, toda para mí. En el puro centro, en Chueca. Todas las llaves se parecen. Sus dientes irregulares, sin embargo, solo abren una puerta. Una llave es una extensión de la amistad.
Si quiero tener una casa grande en algún momento de mi vida es para meterlos a todos.
En Perú al amigo le llaman pata, y dicen: “sin mi pata no camino”. Pata, amigo, pana, llave, parce. El final del viaje es contarlo a tus amigos, y que les encante, y que les de igual. Y que las bromas de siempre opaquen tus aventuras de nunca, pero qué bien que así sea. No es tan importante lo que pasó en la selva del pacífico. Aquí la vida ha seguido, ha devorado, ha avanzado, ha parido, ha emparejado, aquí las vidas también son emocionantes. Ojalá pudiera leer sus diarios.
Comparto Juanjo. No sé cómo tengo configurado este correo que no me permite compartirlo a través de WhatsApp. Me llevará más tiempo, pero lo haré vía email. Ánimo y no dejes de enviarnos estos maravillosos relatos. Es una forma de viajar desde nuestras hogares. Disfrútalo mucho. Un abrazo y que nunca nos falten llaves.
Cuenta con ello, errante. Te deseo vientos amigos para llegar navegando a Cancún.