Las miradas en los aeropuertos se clavan en un punto fijo, lejano. Desaparece la última aeronave allende el cielo, y aún más allá intentan llegar los ojos de los que esperan la hora de embarcar. El tiempo en estos pasillos titubea: no sé cuánto queda para el vuelo, no sé cuánto llevo aquí, los minutos se miran entre ellos. Todo sucede lento, muy lento; como si estuviéramos en la antesala de la vida. La futilidad del hecho de morir y la falibilidad del amor dan vueltas en la cinta transportadora. “En 30 minutos despega el avión a Ámsterdam”, anuncia la megafonía del aeropuerto, parece que lo anunciase el barquero Caronte.
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POSTALES DE UN VIAJE INTERMINABLE
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Las miradas en los aeropuertos se clavan en un punto fijo, lejano. Desaparece la última aeronave allende el cielo, y aún más allá intentan llegar los ojos de los que esperan la hora de embarcar. El tiempo en estos pasillos titubea: no sé cuánto queda para el vuelo, no sé cuánto llevo aquí, los minutos se miran entre ellos. Todo sucede lento, muy lento; como si estuviéramos en la antesala de la vida. La futilidad del hecho de morir y la falibilidad del amor dan vueltas en la cinta transportadora. “En 30 minutos despega el avión a Ámsterdam”, anuncia la megafonía del aeropuerto, parece que lo anunciase el barquero Caronte.